A la madre le dije
Déjalo llorar.
Un perro nunca es sólo un perro ante los ojos de un niño.
A veces un perro es el primer hermano que elegimos
A veces se transforma en el primer vestigio de la despedida definitiva
A veces arrastra nuestra ternura perpetuándola en la bruma
Mientras la muerte desquebraja la inocencia
Y quien no ha conocido la muerte la comprende de golpe
Arrancándole del pecho la firmeza de su primer amigo
¿Nos los recuerdas, jugando en el pasto húmedo
Persiguiendo como hermanos, los mismos rayos del medio día?
¿No lo recuerdas a él, preocupado por su hambre
Mucho antes de preocuparse por su propia comida?
A veces la muerte transforma la inocencia en amargura
Y quien llora comprende que en la vida nada es para siempre.
Pues, ¿Cómo decirle al niño que este adiós es incesante?
¿Cómo decirle que siendo joven, tendrá que llorar por siempre?
¿Cómo decirle que él mismo es tan frágil como aquel por quién llora?
Cuando envejecemos, más tarde que temprano
Entendemos que la vida no es más que un espejismo delicado
Tierno y sutil, como un conejo fabricado con nubes
Del que ingenuamente nos hemos enamorado.
A la madre le dije, déjalo llorar.
No lo molestes
Hoy ha perdido a su primer amigo
Le ha dicho adiós sin entender completamente
Y esta, su primera despedida, durará por siempre
Pues llorar es el costo que pagamos, por seguir viviendo.
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