Los tiranos son seres inagotables. Los demócratas son criaturas insustanciales y aburridas. Nunca nos cansaremos de odiar y amar a los
tiranos, pues ellos encarnan la cúspide de la ambigüedad entre el odio y el
amor. Salvadores y verdugos, ejercen a la perfección el papel de dios y de
demonio a la vez. Esta increíble capacidad hace que los hombres se ofrezcan
para chocar incluso contra aquellos que aman.
“un tirano, antes que nada, te obliga a tomar una posición”
Sin la guía del tirano, los conceptos del mal y del bien son
ambiguos y triviales. La existencia del tirano esclarece toda perturbación
moral. A su lado los demócratas son seres inseguros e hipócritas. Mientras el
tirano existe parece clara y palpable la diferencia entre los ángeles y los
demonios. Esta neblina moral es el primer requerimiento para el florecimiento
de la monstruosidad.
En mi opinión, la única monstruosidad imperdonable es
aquella que no me conviene.
Pese a su cobardía natural todo demócrata guarda un cuchillo
escondido entre sus amables gestos de insustancialidad moral. La democracia
liberal es antes que nada, un método económico y falso de usurpación de poder.
Es su egoísmo, su egoísmo visceral y cobarde lo que la hace servil a la
corrupción de las instituciones. Cuando la crisis se avecina la legalidad
caduca ante el miedo de las masas. Frente
al tirano las instituciones no son más que correas y amarras, impedimentos para
que su odio pueda ejercer de forma total
y definitiva el poder. Por eso a la democracia le resulta inevitable arrodillarse
frente a algún tipo de dictadura para poder salvaguardar su honra y su dignidad.
Una vez evitado el peligro el tirano es
desechado, y la sociedad finge sorpresa e indignación. Sin embargo, a veces
aparece un tipo de dictadura enferma e inhumana. Aquella es la dictadura de la
institución.
Las instituciones son amarras del poder, pero pobre de la
nación que convierte en absolutos las limitaciones. La crisis de las
instituciones destruye la confianza de la sociedad. Siendo las instituciones invenciones
etéreas, el estado sólo recupera la vida cuando toma un rostro, un nombre y un
objeto de desprecio. Guiada por su voz, lo primero que busca la masa es un
objeto sobre quien descargar la culpa, pero, ¿quién será esta vez? ¿Serán los judíos,
los comunistas, los anarquistas, o los separatistas?
¿Qué es más importante en la política, la institución o el
poder? El invento liberal de la institución es tal vez una de las metáforas más
románticas sobre la legitimidad del poder. Pero no es la institución la que
legitima el ejercicio del poder, es la autoridad y la sumisión del contrario.
La institución es endeble, y empieza a desquebrajarse ante la menor crisis
económica. Hoy las instituciones sucumben, por ello pareciera que cultivamos el
terreno para que nazcan nuevos tiranos. Quien ejerce el poder somete y destruye
las instituciones cuando estas lo limitan. Un tirano que somete a las
instituciones es soberano gracias a su poder. Por eso la sociedad le obedece. Por
eso la historia lo condena.
La salvación no es algo que esté en manos del tirano. El tirano
sólo cuenta con la destrucción entre sus dones, pero a veces es consciente de
que su función de destructor es el primer paso en una eugenesia controlada. La
destrucción hace posible un futuro bajo sus parámetros morales. El tirano es un
artefacto social para destruir lo que el grupo social que detente el poder considera
que debe ser destruido.
Las instituciones maniatan al tirano, pero hay imbéciles que
abogan por una tiranía de las instituciones. Quemarían al mundo y a sus
habitantes para salvar esos papeles vacíos, esos edificios feos e insípidos. El
tirano de la institución es el burócrata. Ejerce sobre la humanidad una tiranía
sin alma.
Stalin, más allá de ser un simple tirano del comunismo, fue
un tirano de las instituciones. Un burócrata con exceso de poder.
El odio es la sangre y la ideología es el pensamiento. Cuando
el pensamiento sucumbe regresamos a nuestras emociones viscerales para ejercer
soberanía.
La inmovilidad moral del hombre contemporáneo proviene de su
adicción a lo políticamente correcto.
Odiamos a otros y ejercemos el poder, por ende, necesitamos de un tirano que ejerza el control sobre la sociedad, que los suprima y que los controle.
Pero, ¿odiamos a nuestros verdaderos parásitos, odiamos
realmente a nuestros verdugos?
¿Alguna vez han sido claros para nosotros los objetos de
amor y de desprecio?
No tengas en cuenta la ideología de un tirano, pues
generalmente termina traicionándola. Un tirano sólo es coherente con sus
objetos de desprecio.
No existen tiranos buenos o malos, existen tiranos en contra
de mis intereses y a favor de mis intereses.
Nada hay en el mundo más incómodo que la libertad de los
demás, así que en este tiempo de frivolidades y excesos me resulta estúpido
abogar por la libertad. Las instituciones son aquellas trabas que sirven para
que el vencido en la disputa del poder se sienta protegido levemente, y también
son la artimaña que permite al vencedor parecer soberano y generoso. ¿Para qué sirven las
instituciones, si son dejadas a un lado tras la crisis más superficial?
Nada ha cambiado. Todo sigue como de costumbre. Los
individuos interesantes que conozco jamás han dejado de tener una posición
política absolutista, aunque lo nieguen. Ellos lo ignoran. Toda voluntad que acude a la acción es una forma de
totalitarismo.
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