La muerte del mito fundador.

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Este es un siglo de miedo e incertidumbre. De repente, y a razón de un miramiento práctico un poco estéril, todas las teorías parecen incompletas y discutibles. Ya no parece posible a la vez tener una mirada apasionada respecto a una idea y a la vez asumir una postura crítica frente al mundo, pues toda postura que pretenda contundencia esta rebatida de antemano y es, ante cualquier juicio, sospechosa y subversiva. Sin percibirlo nos adentramos colectivamente a un estatus de realidad insostenible y a la vez incuestionable. Para parecer consecuentes es obligatorio perpetuar la sonrisa hipócrita de lo políticamente correcto y alejarnos del compromiso vital en lo ideológico por temor a ser confundidos con los doctrinarios—al parecer, ser doctrinario es hoy en día algo realmente despreciable— esta concepción, vista de manera superficial, parece saludable para el mercado de las ideas. Define una línea muy definida entre lo metodológico y lo no metodológico, arrancando de raíz todo síntoma de pasión humana en lo discursivo. El intelectual contemporáneo esta obligado a no ser un ente ideológico, a ser fríamente imparcial, objetivo, inhumano. Esta es, en mi opinión, un la falacia académica que nos volvió inmóviles y pasivos, pues si el movimiento es una infracción discutible y sospechosa, ¿cómo no desligar al sujeto pensante de cualquier compromiso que su realidad histórica y social pretenda gestar en él? Pues al pretender que toda doctrina es por principio, equivocada, cada postulado se cae incluso antes de brotar del cerebro. Y si el intelectual debe insistir, antes de nada, en ser políticamente correcto, debe rechazar tajantemente cualquier infracción al orden establecido, ergo, su obra de antemano esta condenada a la superficialidad. 
Como toda doctrina contraria a lo establecido es arbitraria recibe antes de ir a la práctica el título de prejuicio. Por lo tanto, el Árbol de las ideas está marchito, y todo fruto que provenga de él parece inoportuno, si no equivocado. En mi opinión, si lo establecido es disfuncional, lo verdaderamente enfermizo está realmente en el temor al cambio. Desconocemos entonces, por enamoramiento con lo racional, todo síntoma anterior de nuestra historia democrática. La historia, antes y después, puede definirse  como un conflicto permanente de intereses que procuran perpetuarse y empotrarse en el poder por medio de la violencia. No encuentro en el pasado un sólo instante que pueda tildarse de racional.  Todos  los cambios de los que nos sentimos orgullosos  no curaron la disfuncionalidad de nuestra administración social, si no que modificaron ligeramente algunos aspectos ciertamente insostenibles. Sin mal no recuerdo la democracia que hoy defendemos se estableció globalmente gracias a las armas. Esta trajo consigo un evidente cambio en el estilo de vida de una buena parte de la población, aunque sólo basta interpretarla como la transformación técnica de los medios de producción. Miles de vidas, de un bando o de otro, desaparecieron de la tierra gracias a un cambio ideológico. La sangre es uno de los daños colaterales del progreso humano, y es, en mi opinión, un daño inevitable—cada tanto resulta inevitable si no necesario guillotinar de nuevo a Luis XVI— Por eso es evidente que tememos sacudir al árbol por temor a ser tildados de incendiarios. Caemos entonces un vacío  cargado de omisiones y de silencios.
pues aunque no lo parezca, la omisión política también posee una carga indudablemente ideológica.
la observación desinteresada de la historia nos da dos alternativas de apreciación. por un lado el empañamiento hegeliano,  la percepción de que la historia es una escalera interminable en donde el hombre va haciéndose más y más perfecto en el transcurrir del tiempo.  Por otro lado la aceptación de que  apenas y modificamos la técnica,  y que nuestro bienestar sólo fue fruto de la sobreabundancia de recursos en un modelo de explotación optimizado. el poder jamás ha perdido la dosis de concentración etnológica que tenía en tiempos de la monarquía.  la historia cambia, la técnica cambia, los discursos cambian, pero seguimos siendo los mismos.
y lo seguiremos siendo durante mucho tiempo. El único problema es que empiezan a escasear los recursos necesarios para perpetuarnos.

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