Ap. 2

Estimado amigo:

Siguiendo la ruta demarcada por Roth, no sé si hablar de mi madre. Aunque si soy honesto, es un tema que apenas y considero de importancia. O en realidad, aún no llegamos al momento en el que su rol es importante, pues ¿Qué sentido tendría leer la Divina Comedia si vamos directamente al lugar en donde Satanás devora a Judas? Muy por el contrario, quiero hablar un poco más del problema del placer. El placer y la plenitud, la religión y el éxtasis son mi mayor interés en este momento. Desde allí iremos avanzando hacia todos los demás rincones de la mente. 

Así como Dante caminaba hacia el centro del infierno, tú, amigo mío, me ayudarás en mi camino a la locura. 


Sobre la pregunta con la que cierras tu carta; no sé qué pueda decirte de David, salvo que se suicidó cuando tenía 19 años. Éramos muy buenos amigos. Él me mostró gran parte de la música que escucho ahora. 
¿Por qué se suicidó? En estos años me he armado un buen montón de teorías. Pienso constantemente en él, pienso en su hijo, pienso en nuestra época y nuestras fábulas de lo que era la vida.  Sé que su pareja lo engañaba, y además sé que todos los demás lo dejamos solo. Todos sus amigos lo hicimos, e incluso su familia, que pensó que dejándolo solo lo obligaba a madurar. Hubo un momento en donde para él el pueblo se desocupó y todos aquellos en los que solía confiar escapamos a las ciudades capitales a estudiar o a buscar sobrevivir de la clásica manera colombiana. Él en cambio tuvo que quedarse allí, trabajando, rumiando una vida, sufriéndola, desgastándose, cosa que nosotros vinimos a hacer casi diez años después, una vez fuimos lentamente derrotados por el mundo.
Su prematura derrota por el pesado crimen de ser un padre adolescente lo hundió, seguramente. Creo que ni siquiera era consciente, al sostener a su hijo, de que él era su padre, y de que aquella vida era obra suya. Él no comprendía nada distinto a su frustración.  A los 19 años uno quiere estar más lleno de ambiciones que de responsabilidades. 
Una que otra vez me sentí culpable, pero no tenía forma de remediarlo. Traté, eso sí, de comprenderlo; imaginé que en la cabeza de David el suicidio era una mala comprensión del deseo de plenitud. Eso mismo de lo que hablé ayer; el deseo de plenitud es para mí el epicentro de toda la naturaleza humana; explica mucho mejor la naturaleza de los seres humanos que el deseo de reproducción, aunque me parece perfectamente válido suponer que la plenitud es un engaño de la naturaleza para obligarnos a reproducirnos. 
Nosotros, hijos de padres cristianos, quizás los primeros en nuestra extirpe que durante quinientas generaciones han osado declararse ateos, ¿qué comprendemos de la muerte? ¿Cuáles son nuestros imaginarios sobre morir? Sin duda nuestras ideas, nuestras metáforas, incluso nuestras fantasías son de naturaleza rotundamente cristiana. Creo que a la edad en la que David murió no teníamos ni idea realmente lo que era la muerte, y aún hoy puede que yo no lo comprenda del todo. Hace algunos meses una amiga deprimida me habló de suicidarse. Esa conversación crónica sobre el suicidio es común entre nosotros, pero aquella vez, un poco fastidiado le dije. 
¿Te has puesto a pensar en la muerte? ¿Te has puesto a pensar alguna vez en lo que sabemos de la experiencia de morir? Ella me respondió que la imaginaba como la tranquilidad, como la desaparición de todos los dolores y angustias. Yo le respondí; esa imagen no te pertenece, proviene del cristianismo. Es el cristianismo el que se ha encargado durante siglos en convencernos de que la muerte es paz y tranquilidad, pero lo cierto es que no sabemos qué es morir. Sin embargo, ¿Sabes qué te puedo asegurar? Que hasta la creatura más simple trata de oponerse a la muerte. Es como si la bacteria más insignificante tuviera sobre la muerte las ideas más claras que nosotros, que nos hemos engañado con símbolos y fantasías metafísicas. 
Creo más probable que morir sea dolor, oscuridad y angustia. Por eso las bacterias, las células, los virus procuran prevalecer y sobrevivir. Creo más probable que la materia prefiera estar viva a estar muerta. Y mientras le decía eso sentí un vértigo infernal y pensé en David, en mi abuelo, en mi padre, perdidos para siempre, extraviados en la nada. 
Morimos para alejarnos del dolor, para que la muerte nos de tranquilidad, para que la muerte nos cumpla las promesas que no pudo satisfacer la vida. Es decir, el suicidio por sufrimiento es inevitablemente una forma de fatalismo cristiano.

De hecho, si esta vida es sufrimiento y la otra vida es felicidad, si al otro lado no solo está dios (la plenitud) si no también todas las respuestas y el consuelo a todos los sufrimientos, ¿por qué no nos hemos suicidado? ¿por qué persistimos en la vida? 
¿Sabemos la respuesta? ¿o nos atenaza a la vida el pudor del tabú, y los temores a la condenación eterna de los suicidas?

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