Sobre Sonic Youth



Veo ahora mismo la grabación de una presentación en vivo de Sonic Youth en el programa de David Letterman (hasta ahora, la más antigua que he encontrado de la banda en ese programa) fechada el 2 de septiembre de 1992.  Han pasado veintisiete años desde entonces y el estilo de la banda no deja de producirme algo que momentáneamente llamaré nostalgia, pese a que geográficamente no tenga mucho sentido para mi. Yo los habré escuchado por primera vez en el 2002 o quizás en el 2003, a más de tres mil ochocientos kilómetros al sur de New York en el colegio de un pueblo terriblemente hostil a toda música experimental. Eran la banda que frecuentaba buena parte de los chicos punk que en aquella época eran mi fuente de música. En perspectiva, escucharles fue un gusto adquirido, pues comprenderlos me tomó algo de tiempo y esnobismo social. Los miembros de la banda dejaron de tocar juntos ya hace más de cinco años (Entonces cada uno tenía el aspecto opuesto a lo que uno espera de una banda en cuyo nombre se incluye la palabra Youth) Es más, el programa de Letterman dejó de transmitirse tras 6080 episodios a mediados del 2015, así que hablo aquí de dos fantasmas; una banda que ya no existe en un programa que hace cuatro años pasó a la historia.

Sería un poco absurdo suponer que de semejante ausencia venga mi nostalgia. Los programas de Letterman nunca llegaron a Colombia de ninguna manera, nunca vi uno solo en realidad, pero en medio de su trasmisión aparecieron constantemente mis bandas favoritas. Sus presentaciones musicales fueron videos apetecidos que la gente grababa y luego compartía en internet. Y para bajar uno solo de esos videos podia pasar dos o tres semanas conectado a un internet de conexión telefónica lamentable con facturas astronómicas.

Aquel aterrador ejercicio de la esperanza y la paciencia era todo lo que teníamos entonces por internet. ¿Y cómo podríamos quejarnos, si era lo más maravilloso y revolucionario que teníamos? ¿Acaso podríamos consolarnos pensando que hasta el siglo XX una carta que cruzaba el atlántico tenía que esperar seis meses de viaje por mar? Digamos que somos la generación humana que a nivel intelectual más rápido puede satisfacer sus estímulos una vez los desea ( y por tanto más fácilmente llega al hastío de sus propios deseos)  sin embargo comparados con el futuro, si el progreso tecnológico continúa, puede que nuestros estándares sean rudimentarios y primitivos, y eso en ningún modo perturbará nuestra adicción y nuestro hedonismo. Me basta un click para volver a ver aquella presentación en el show de Letterman todas las veces que quiera. Y si el mundo no decae en un apocalipsis tecnológico, estoy seguro de ser parte de la última generación que padeció la ausencia, la añoranza de la información. Aunque aún sobrevive el fetichismo del álbum musical, la música ya no es inaccesible. ¿Decaerá esta libertad? ¿Decaerá nuestra instantánea necesidad de satisfacción?



Creo que el grunge ( O en este caso, el noise rock)  sostenía aquel ruido intempestuoso porque venía de sociedades demasiado silenciosas. En contraposición, el indie contemporáneo se sumerge con frecuencia en la tranquilidad excesiva porque proviene de sociedades saturadas de ruido. Sin embargo, el concepto de ruptura musical de Sonic Youth tiene dos fuentes que se explican sin acudir a psicología social barata; la primera el sonido de Jimmy Hendrix, la segunda, la carencia de mejores instrumentos musicales.
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Sonic Youth, Smashing Pumpkins y Nirvana eran el eje musical de nuestra generación. Sonic Youth sin embargo ejerció una influencia estética tremenda en mis contemporáneos, al punto de que aquellos que se dedicaron a las artes parecen presos aún de ese espíritu neoyorquino,  medio Yonki pero inofensivo,  con una elegancia instintiva que a veces parece sobrevivir pálidamente en el Indie. Supongo que por eso me resulta pertinente preguntarse, ¿Por qué nos fascinaba tanto? ¿Que  había en Sonic Youth que aún, luego de años de modas y obsolescencia persiste en nosotros y solo en nosotros?

Creo que la respuesta es Kim Gordom. Ella es el alma estética de la banda. Y un poco de los noventa. Y un poco de New York, en pop art y la obra de Andy Warhol; a veces creo que su papel musical no es tan relevante como su papel estético, pese a que sus pinturas calificarían perfectamente como arte promedio.

Sin embargo, insisto en declarar a Sonic Youth un fenómeno visual.

He bordeado el tema porque de alguna manera me resulta incomprensible. ¿Qué éramos nosotros? tres o dos generaciones atrás nuestra sangre era completamente agrícola y campesina. Hace un par de semanas, en una conversación con un par de amigos, rememoraba la discusión que ya he tenido un puñado de veces, y que puede resumirse con las siguientes preguntas. ¿Hay algo especial en las diferencias entre generaciones y comunidades? ¿Hay algo especial en nosotros que nos separe de otras culturas,  e incluso con nuestros antepasados?

Hace como diez años sostuve esta conversación con mi amiga Olguita por primera vez; ella, como internacionalista, sostenía que las diferencias entre las sociedades y culturas son ineludibles, y yo, alegando lo común en la literatura de todas las sociedades defendía la postura contraria: todos los seres humanos somos la misma cosa, experimentada de diferente manera, pero en el fondo, aun de la manera más tenue, existe una simbología común que nos hermana. Recientemente había leído a Ryūnosuke Akutagawa y pensaba que si importar las diferencias lingüísticas y culturales, todos reaccionábamos igual a los estímulos esenciales. Yo que había leído a Akutagawa lo entendía como entendía a mis vecinos, a mis familiares y a mis amigos. ¿No bastaba eso para declararnos a todos universales?

En su última versión (donde también participó Olguita) mi buen amigo Wilfredo defendía una restructuración de mi versión, pero llevada a las generaciones; según él no había ninguna diferencia entre nuestras angustias y las de nuestros padres, al punto que todos los hombres, sin importar su época, tienen su propio abismo frente a ellos. Con los años, yo había comprendido que mi primera discusión con Olguita no tenía sentido pues no partíamos ni siquiera de lenguajes comunes; para un internacionalista las diferencias sutiles entre las culturas son abismales, y para un escritor, los puntos comunes entre las sociedades son universales. Negar ambas realidades equivale a negar las disciplinas mencionadas. 

Curiosamente las conclusiones de la primera conversación no me servían para la segunda. Me parecía entonces más justificable una hermandad con Akutagawa en el siglo XIX que una con mi madre, con mi abuelo o mi bisabuelo. Un abismo existe entre mi madre y yo, y es el abismo de mi tiempo.  Ese abismo es  menos evidente entre mi madre y mi abuela,  entre mi abuela y mi bisabuela, y así Ad infinitum.

Y para resumir, creo que una generación es aquel grupo de individuos con símbolos es incertidumbres en común. Yo crecí con los símbolos tardíos de una generación que en un pueblo menos provincial estarían en individuos diez años mayores que yo. Ahora que leo “ la chica de la banda” de Kim Gordom, siento con ella una infinitud de concordancias simbólicas.  De adolescente una buena cantidad de veces habré tomado la guitarra eléctrica sintiéndose tentado a hacerla sonar de un modo que iba más allá de la estética destructiva del grunge. Era algo relativamente fácil. Emulábamos los videos raspando las cuerdas con baquetas y bates de béisbol. Sin embargo la huella de Sonic Youth, especialmente su huella estética me obliga a pensar que aquella trasgresión sonora iba un poco más allá del ruido, y en eso, Gordom, más que Moore, fue una guía para nuestra generación.

La facilidad de emulación del ruido por el ruido era lo que nos hacía tan cercanos a Sonic Youth. No podíamos cantar como Kurt Cobain, puntear como Kim Thayil o como Mike McCready. Más a la mano, más eficiente emocionalmente era el desahogo sonoro de Thurston Moore, ese eterno y gigantesco adolescente que ahogaba la guitarra recordándonos nuestro propio ahogamiento. Es fascinante que las bandas posteriores abandonaran aquel sonido estridente y vacío.

 Solo una generación habló de las explosiones interiores y del hastío al silencio de la soledad. Esa fue la generación de los noventa.

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