Hace cosa de dos años participé en un taller-clase
con el escritor Eduardo Otálora, y en alguna sesión compartí un texto mío sobre
un paciente con cáncer.
—Existen dos parámetros en la literatura
colombiana; o eres Juan Gabriel Vásquez o eres Evelio Rosero—comentó Otálora
sobre mi texto—No puedes ser los dos; es imposible. Hay que elegir.
El sentido de aquella frase consistía en poner a
un extremo a Vásquez con su prosa intelectual, elaborada y “artificial” y al
otro lado a Rosero, con su prosa poética, honesta y (a juicio de Otálora) mucho
más literaria. Mi texto, a opinión tanto de Otálora como de todos mis compañeros,
resultaba bastante acartonado, algo intrínseco de Vásquez. Esa
crítica me sorprendió, pues comprendí que no solo servía para descartar aquel
ejercicio, sino todo lo que había escrito hasta entonces.
—En ese caso creo que me declaro fajardista en la
discusión—respondí—ambos escritores me encantan. Me resulta imposible
decidirme.
Pero en fin; estaba mintiendo. En una discusión
semejante siempre preferiré el bando de Rosero. Cuando se habla de bandos en la
literatura, me es imposible ser gradual.
La dicotomía Otálora me resultó muy divertida, y
me recordó a su vez a ciertos comentarios de Vargas Llosa sobre Gabriel García
Márquez. En alguna entrevista Vargas llosa afirmó de Gabo que estaba más cerca
a los brujos y los trovadores que al de los intelectuales. Lo comparó a una
especie de hechicero de las letras, algo bastante lejano al académico
literario, pues su riqueza estaba en la intuición lingüística, más no en los
análisis reflexivos y acartonados de la crítica literaria.
Por mi parte, hasta aquella clase con Otálora
nunca me había fijado en ese aspecto de mi forma de escribir (o al menos nunca
lo había hecho “peyorativamente”) Entre mejor creía mi texto, entre más lo
trabajaba más acartonado resultaba. De hecho, mi intención estética era
indudablemente acartonada y desde allí poco habría por rescatar. La cosa se
complicó dos clases después, cuando presenté en clase otro texto en donde
reflexionaba sobre el suicidio de una vieja amiga.
—Es muchísimo mejor, mucho más natural—me respondió
Otálora. Mis compañeros estaban de acuerdo—es fluido, intimo, doloroso.
Ciertamente ambos análisis eran relativamente
informales, un asunto de amigos, pero recuerdo que aquella noche me quedé
pensando en ambos textos y lo que los diferenciaba. El primero era
evidentemente demasiado formal, pero el problema es que hablaba de alguien que
sufría, alguien que pronto moriría, y aquel sufrimiento al parecer no tocaba el
texto en ningún sentido. En el segundo por el contrario me había estrujado por
verdadero masoquismo una vieja y profunda herida, y al parecer algo de ello se
notaba; al ser más personal el texto se había enriquecido de manera misteriosa.
Pero esos escasos momentos de honestidad suelen
producirme escalofríos.
De Vargas Llosa he leído algunos ejemplos bastante
poéticos de la literatura como una forma de desnudez. Ciertamente he sentido
esa desnudez, y no me siento del todo cómodo con ella. Soy tímido, mesurado y
cobarde. Sin embargo, esa fragilidad es inevitable en el oficio, y puede que
mucho del verdadero espíritu de la literatura esté profundamente vinculado a
ella.
Es allí donde la censura se vuelve peligrosa para
la literatura, especialmente la censura que pretende inculcar principios éticos
y morales a algo que no es más que un campo de exploración del pensamiento y el
comportamiento más salvaje de los seres humanos. En este campo de
experimentación de lo humano la moral es imposible, por más que intenten
amarrarle al arte pretensiones pedagógicas. Pero en fin; eso es tema de otra
discusión.
En la dicotomía Otálora, que fue cosa de un juego
para una clase, me gustaría agregar un tercer camino, y es el camino de Gabo,
partiendo precisamente del comentario de Vargas Llosa. Algunos han tildado este
comentario de subestimación, o incluso de peyorativo. Suponer que Gabo era un
brujo de la literatura es quitarle un poco sus grandes lecturas, su pasión e
información por algunos escritores. Ciertamente nunca se doctoró y su paso por
la universidad fue efímero, pero sin duda Gabo fue un gran lector. Y en la literatura, la formación académica más allá de la mnemotecnia podría resumirse a un puñado de lecturas y conversaciones. Mi opinión
es que el comentario de Vargas llosa no implica que Gabo fuese un ignorante.
Creo que Vargas llosa habla de la intuición de Gabo como su eje creativo, la intuición como el
sentido de toda su obra mientras que en un polo opuesto existe, y existirá
siempre la teoría literaria.
Si algo me ha dejado claro la universidad, es que no soy un intelectual,
pero tampoco un poeta. Estoy más cerca de los brujos que de los intelectuales. Y eso es algo que ni con cien años más de formación académica podrá corregirse.
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