Uno de los aspectos más interesantes de la mitología de los reptilianos es su extensa popularidad durante el gobierno de George Bush. Tras al publicación del libro “ el gran secreto” de David Icke, la idea de una especie reptil gobernando al mundo desde las sombras funcionó como disparador y caló hondo en ciertos sectores moderadamente educados de Estados Unidos. Cristianos liberales y conscientes del acontecer mundial, sostenían que toda la historia podía resumirse con la lógica de una mala película sobre extraterrestres “Algo malo sucede con Estados Unidos” esta era una conclusión sencilla de obtener luego de sufrir en carne propia las leyes de control civil posteriores al 11s. Los conspiranoicos en general saben que algo anda mal, lo perciben, pero acuden a su imaginación y no a su información disponible para entenderlo. En todas sus posibles explicaciones de la anomalía, dudo que exista una construcción teórica más lúcida que esta; nuestros lideres y monarcas son monstruos. En un momento de estupor y de absurdo como el gobierno Bush, donde no existía ningún sentido para la humanidad y la guerra, parecía fácil explicar aquella distancia entre el comportamiento irracional y abiertamente maquiavélico de las clases dirigentes y el resto de la humanidad, embellecida por los valores no siempre sinceros del cristianismo new age. Hay algo extraño en ellos, diría David Icke, una naturaleza ajena a la humanidad que tanto valoramos. No es posible que el caos tenga algo que ver conmigo. No es posible que Bush y yo pertenezcamos a la misma especie. Hay algo malvado en él, malévolo en esencia, una intensión no reconocida, una falacia, una mentira en sus razones, en sus palabras. La lucidez del planteamiento de David Icke consiste en entender que Bush es inhumano e irracional, y que la clase dirigente del mundo actúa utilizando artimañas e intensiones ocultas, como si fuesen otra especie, carente de empatía y humanidad, odiándonos en secreto, y conspirando contra nosotros.
El engaño está en la idea de que la humanidad no puede concebir a George Bush, a Tony Blair o a Aznar, a la Reina Isabel o a Putin. Es ingenuo, profundamente ingenuo, negarle a la humanidad sus puntos bajos, sus crímenes y desgracias. Nos cuesta aceptar que a Hitler lo impulsaron valores profundamente humanos, defectos que podemos encontrar en cualquiera de nosotros. Es mejor excluir lo odioso de la humanidad, alinearlo a lo monstruoso externo para sentirnos tranquilos con nosotros mismos. Los conspiranoicos son seres racionales, ocasionalmente inteligentes pese a ser conservadores nostálgicos y cristianos heterodoxos. Excluidos de la educación de élite, del desarrollo científico y de los epicentros económicos, no encuentran mejor forma de justificar esa distancia que juzgar a sus contrarios como alienígenas. “Son los otros los inhumanos, los que actúan por fuera de la humanidad”
Al menos en lo simbólico, sus mitologías funcionan como una poderosa venganza, y justifican la exclusión a la que son sometidos, sin que puedan remediarlo.
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