Ha pasado lentamente; me he ido alejando de la música. Mi último
intento fue en el 2015, en una banda que tenía con estudiantes de la U
católica, pero luego de tomar distancia de ellos colgué la guitarra de manera casi
definitiva. Aunque escucho música todos los días me funciona más como
ruido de fondo (un ritual insípido de distanciamiento conmigo mismo) y hacerlo ya no tiene el efecto analgésico y espiritual que
tenía antes. Sigo temiéndole al silencio y por eso me alejo de él, casi tanto como le temía en mi infancia, pero ya no hay ningún maquillaje en ese temor, ni tampoco esquirlas metafísicas que me obliguen a justificar mi insensibilidad. Es la primera vez que me enfrento desarmado a una crisis depresiva (comenzó hace unas dos o tres semanas tras el asesinato de un hombre al que no conocí afuera de mi trabajo) pero tengo como ventaja una larga lista de crisis superadas, siempre de la manera más digna posible. Conozco mejor mis síntomas, sus señales y su significado. He entendido que la disminución en el gusto musical
también la acompaña una disminución en la capacidad de sentir placer y
en la capacidad (por extraño que parezca) de la concentración. Me
sobreviven gustos delicados, un poco fríos, el que más destaco es
Preisner, y algunos rezagos de new Age. En algún momento dejé de leer
(pasé unos dos o tres años sin terminar ningún libro) pero me he
repuesto de esa forma de insensibilidad, por fortuna. En general, me he
alejado de la plenitud y potencia de las pasiones.
Desapasionarse parece lógico. Sospecho que no lo es. Más cuando se supone quieres vivir del arte, así sea de la aproximación más distante y contemplativa posible. Leí este libro en el 2011 o 2012 y recordé en él mi fascinación por Houellebecq ¿de qué me sirve ahora? Por alguna razón saber que otros sufrieron lo que sufro me reconforta. Él recorrió esta misma depresión, esta misma sensación oscura, y sobrevivió a lo que pensé en algún momento me mataría.
Sin embargo no hay una guía en sus palabras, apenas y un testimonio. Las normas de la supervivencia las determina cada organismo que decide seguir viviendo, con sus propias manos. No hay mapas en este campo de batalla, ni recorridos recomendables. No es inútil sin embargo ( todo lo contrario) su lectura.
Capítulo 3
La dificultad es que no basta exactamente
con vivir según una norma. De hecho consigues (a veces por los pelos, por los
mismos pelos, pero en conjunto lo consigues) vivir según la norma. Tus
impuestos están al día. Las facturas pagadas en su fecha. Nunca te
mueves sin el carnet de identidad (¡y el bolsillito especial para la tarjeta
VISA!...).
Sin embargo, no tienes amigos.
La norma es compleja, multiforme. Aparte de
las horas de trabajo hay que hacer las compras, sacar dinero de los cajeros
automáticos (donde tienes que esperar muy a menudo). Además, están los
diferentes papeles que hay que hacer llegar a los organismos que rigen los
diferentes aspectos de tu vida. Y encima puedes ponerte enfermo, lo cual
conlleva gastos y nuevas formalidades.
No obstante, queda tiempo libre. ¿Qué hacer?
¿Cómo emplearlo? ¿Dedicarse a servir al prójimo?
Pero,
en el fondo, el prójimo apenas te interesa. ¿Escuchar discos? Era una solución,
pero con el paso de los años tienes que aceptar que la música te emociona cada
vez menos.
El bricolaje, en su más amplio sentido,
puede ser una solución. Pero en realidad no hay nada que impida el regreso,
cada vez más frecuente, de esos momentos en que tú absoluta soledad, la
sensación de vacuidad universal, el presentimiento de que tu vida se acerca a
un desastre doloroso y definitivo, se conjugan para hundirte en un estado de
verdadero sufrimiento.
Y, sin embargo, todavía no tienes ganas de
morir.
Has tenido una vida. Ha habido momentos en
que tenias una vida. Cierto, ya no te acuerdas muy bien; pero hay fotografías
que lo atestiguan. Probablemente era en la época de tu adolescencia, o poco
después. ¡Que ganas de vivir tenias entonces! La existencia te parecía llena de
posibilidades inéditas. Podías convertirte en cantante de variedades; o irte a
Venezuela.
Más sorprendente aun es que has tenido una
infancia. Mira a un niño de siete años que juega con sus soldaditos en la
alfombra del salón. Te pido que lo mires con atención. Desde el divorcio, ya no
tiene padre. Ve bastante poco a su madre, que ocupa un puesto importante en una
firma de cosméticos. Sin embargo juega los soldaditos, y parece que se toma
esas representaciones del mundo y de la guerra con vivo interés. Ya le falta un
poco de afecto, no hay duda; ¡pero cuanto parece interesarle el mundo!
A ti también te interesó el mundo. Fue hace
mucho tiempo; te pido que lo recuerdes. El campo de la norma ya no te bastaba;
no podías seguir viviendo en el campo de la norma; por eso tuviste que entrar
en el campo de batalla. Te pido que te remontes a ese preciso momento. Fue hace
mucho tiempo, ¿no? Acuérdate: el agua estaba fría.
Ahora estas lejos de la orilla: ¡ah, si, que
lejos estas de la orilla! Durante mucho tiempo has creído en la existencia de
otra orilla; ya no. Sin embargo sigues nadando, y con cada movimiento estas mas
cerca de ahogarte. Te asfixias, te arden los pulmones. El agua te parece cada
vez más fría, y sobre todo cada vez mas amarga. Ya no eres tan joven. Ahora vas
a morir.
No pasa nada. Estoy ahí. No voy a abandonarte. Sigue leyendo.
Vuelve a acordarte, una vez más, de tu
entrada en el campo de batalla.
Michel Houellebecq
Michel Houellebecq
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