Me gusta pensar en el día después de mi muerte.
En una tibia mañana brillante, de nubes pálidas y cielo indiferente
Más allá de la cama tendida y limpia en donde fue mi agonía
hay unas flores húmedas y viejas aguardando ser tiradas.
A lo lejos la radio habla del tráfico y de un conflicto en medio Oriente
“Un político irá a la cárcel, se encontró un mamífero nuevo en Australia”
En casa las personas que amo ya pensaron al menos una vez
aquella cíclica sentencia “la vida sigue”.
Me gusta pensar en ese día, en el olor que tendrá el aire.
En los restaurantes callejeros. En el café de las dos de la tarde.
¿lloverá en la tarde? Seguramente, sobre alguna parte.
A lo mejor alguien abrirá un paraguas y se acordará de mí,
Con fastidio y con resignación, como se recuerda a los accidentes.
Como se recuerda a los objetos perdidos, cuya tortura es mejor
Dejar de lado pues carecen de remedio.
¿Alguien llorará por mí? Seguramente, en alguna parte.
Pero sus lágrimas no me servirán de consuelo.
Pienso en los faraones, en Qin Shi Huang, en los enormes mausoleos
De todos los que me antecedieron, y que sacrificaron cientos de vidas
tratando de vivir eternamente.
La hostilidad de sus injusticias, que se erosionó con los años.
Pienso en los gatos y en Osiris, en la resurrección de Cristo,
en nuestra nostalgia por ese día terrible
Negado para nosotros,
Imposible para nosotros,
Una herida en nuestras ficciones.
Todo ese dolor atemporal por la indolencia del mundo,
por su terquedad al abandonarnos.
La indiferencia del cosmos que alguna vez nos consoló
Ahora me resulta dolorosa.
La vida sigue, sin piedad, irreductiblemente.
Y solo los testigos del apocalipsis
sentirán el alivio de morir juntos.
Me gustaría estar presente en el espectáculo de mi propia despedida
Una ficción para vengar la realidad
Y un alivio para la soledad de los que sobreviven.
Oscar M Corzo - Agosto del 2020.
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