¿Qué es el dolor?

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¿Dónde colocar la línea divisoria entre la vida y la muerte? Ciertamente hay un patetismo inevitable en la pregunta. Morir no es lo mismo que vivir. Podemos distinguir perfectamente un cuerpo vivo de un cuerpo muerto. Pero a medida que simplificamos la vida vamos obteniendo de ella cada vez más características inorgánicas, hasta que en un punto indeterminado perdemos la suficiente información como para que el fenómeno que llamamos “vida” sea irrecuperable.

Creo que de niños a todos nos sorprende este cambio misterioso y con frecuencia llegamos a ciertos grados de crueldad para presenciarlo una y otra vez. Las metáforas infantiles y las fábulas tratan de prepararnos para la contundencia de la muerte, eso cuando no se adelanta la soledad o la tragedia. Y sin embargo puede que nos acostumbremos a la idea de la muerte, más no a su experiencia, que tiende a enfermarnos con el terror que nos produce.

Creo que tengo una definición más arbitraria que el consenso científico sobre la vida. Creo que está vivo todo cúmulo de información que huya por sus propios medios de la muerte. Allí entrarían en mi definición de vida los virus y las mitocondrias. Esta conclusión es un poco maléfica, pues me gusta pensar que incluso los organismos más simples poseen un conocimiento sobre la muerte al que los seres humanos hemos renunciado al aceptar la conciencia como guía de nuestras vidas.

Pero ese no era el motivo de estas líneas. Inicialmente quería pensar en el dolor, y por ello es inevitable hablar de la frontera entre la vida y la muerte. Es curioso, pero creo que el dolor no es nada distinto a una advertencia vital sobre la cercanía de aquel limite, por tanto es irremediablemente una experiencia positiva que trata de alejarnos de la autodestrucción.  Hace quinientos veinte millones de años apareció en la tierra el primer organismo complejo con un sistema nervioso primitivo. Sus células epiteliales simplemente eran sensibles al ambiente, pero evolucionaron hasta especializarse en algo cercano a las neuronas. Parece ser que no bastaba con recibir estímulos del exterior, también era urgente reaccionar a ellos, permitirle al organismo alejarse lo más rápido posible del origen del estímulo. El dolor apareció aquella primera vez diferenciándose perfectamente del placer o el apetito indicándole a ese primer organismo que debe alejarse de los estímulos peligrosos. Por ello aparecieron grupos de neuronas, cadenas ganglionares que le permitían a los organismos moverse automáticamente y procesar la suficiente información como para escapar de aquello que potencialmente causaría la muerte.

Es curioso que en organismos de sistemas nerviosos muy evolucionados el dolor por sí mismo pueda causarnos la muerte. Aquella estructura biológica que aparentemente nos daba ventaja ahora nos agobia y nos cercena. Es más, sin querer hemos creado para ella intensos dolores espirituales. Hicimos del dolor una abstracción, le permitimos dañarnos de maneras metafísicas e insondables.

Somos abismos de sensaciones entretejidas y contrapuestas. El dolor es nuestra principal experiencia vital. Ahora bien; es mucho más que una advertencia de la muerte, puede ser la muerte misma envenenando (o mejor aún, aderezando) la experiencia de la vida.

Pensaba en ello mientras subía las escaleras del parque nacional con una pierna entumecida por el dolor. ¿Qué ha hecho el dolor por mí? Me pregunté; las escasas veces en las que debía reaccionar a tiempo terminé paralizándome del miedo. El miedo a veces es más poderoso que el dolor. Yo, por ejemplo, soy un organismo débil y acobardado que ha perdido las ganas de vivir, tanto que el dolor propio no me conmueve ni me asusta en lo absoluto. Me asusta más el dolor de los demás.

¿Qué soy exactamente? Un cúmulo de información. Me gusta la reducción a “La vida es información” en parte porque permite la divagación metafísica más ecuménica y en parte porque disuelve la línea divisoria entre la tecnología y la vida orgánica. Apegándome a Freud, creo que el dolor es la ruptura de aquella delgada línea que separa nuestro interior del mundo exterior. Sufrimos al sangrar; fuera de nosotros nuestra sangre es materia inerte.  Sangrar es disolverse en el mundo exterior, probar una pequeña parte de la nada final que significa morir. En parte, dormir es parecerse a la nada; disolverse en medio de la materia circundante y entregarse en cuerpo y alma al mundo de los sueños.

El dolor es una conversación obscena con la fatalidad de los objetos, al punto de convertirse (sin desearlo) en uno.

 

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