Sobre lo anodino y la indiferencia por la vida y la muerte.

El Dia De Los Muertos, Day Of The Dead, Mexican

1

La palabra “asintomático” se ha difundido como una oscura forma de terror. Podemos ir por ahí, entre amigos y enemigos, entregándoles la muerte sin saberlo, alimentando una secuencia de azares de los que apenas y logramos ser conscientes. La enfermedad puede estar dentro de nosotros sin matarnos, sin siquiera hacernos daño y en nuestro apetito de normalidad terminaremos siendo el verdugo de alguien más. Ya lo hemos aceptado, ¿Verdad? ¿Cómo podríamos vivir sin antes aceptarlo? Es imposible resistirse tras meses de espera y apatía. Después de todo esta muerte es como cualquier otra muerte y todos somos falibles, y en cierto sentido, incluso desechables. Que terror y que extraño privilegio, pienso sin darle demasiada atención a mi afán de fatalidad; aquellos que llevan la enfermedad ahora son como la muerte.

2

En Colombia la muerte era como una vieja amiga de la infancia, alguien que se llevó a tus padres y a tus abuelos y dejó huérfanos a tus compañeros de clase. Y cuando eso le ocurría a alguno de tus amigos lo obligabas a limpiarse las lágrimas con las mangas del uniforme, lo mirabas a los ojos con desprecio y un tanto de complicidad: “Ahora eres uno de nosotros” le decías con muchísima gravedad, escondiendo tu rostro tras la más oscura de las sonrisas.

Preferías despreciar su debilidad, por miedo a terminar acompañándolo en su llanto.

Claro que solo eras un huérfano muy necio y tu ignorancia era abrumadora: aquella actitud pueril era tu forma de aliviar tu tristeza y maquillar tu total ausencia de empatía. En aquel entonces solo tu dolor importaba, y el dolor que le causabas a los demás era aquello que entendías como ser comprendido. En el fondo te daba gusto el sufrimiento de los otros. No era justo que fueras el único miserable del salón de clases.

3

En el oscuro 2002 todos estaban reunidos dos o tres veces al mes alrededor de un féretro, y tú eras el que pretendía aliviar la sensación de pesadez con chistes entre tus amigos. En semejante escenario, ¿Cómo no disfrutar la muerte? Cuando algún familiar (usualmente el padre) de uno de tus compañeros moría eran libres de saltarse algunas clases y de vagabundear tras el funeral antes de volver al colegio. Tú no entendías los rituales funerarios. Habrías sido zoroastrista de muy buena gana, arrojando los cadáveres de otros (no los tuyos) para que fueran devorados por los gallinazos.  

Somos sustancialmente frívolos con la muerte, como es natural, incluso con la que podría resultar mucho más visceral y angustiante. Estamos acostumbrados a matar y a ver morir a otros, ¿verdad? ¿Cómo podríamos vivir sin antes aceptarla como parte de todo?

4

 De chico solía llevar a mi sobrino sobre mis hombros para pasearlo por todo el pueblo. Él entonces no llegaba a los dos años; era un niño adorable de ojos cálidos y sonrisa bondadosa que mis amigos adoraban y que los vecinos saludaban con ternura. Pero un par de veces en medio de esas caminatas presenciamos un par de asesinatos. En una ocasión un sicario le disparó a un taxista, y en otra mucho más salvaje un indigente asesinó a otro a machetazos. Yo llegué a casa aterrado, mi sobrino lloraba también con el ánimo ennegrecido a pesar de ser solo un niño. Cuando contaba aquellos incidentes con la muerte le decía a mi familia que estuvimos a punto de morir, como si la muerte fuese para cualquiera de los que estaba allí, como si aquellas muertes no tuvieran nombres y apellidos de antemano, como si la locura que nos gobernaba fuera irracional más allá de lo evidente, más allá de mis esperanzas de inocencia. El espíritu de la muerte siempre ha estado aquí, en el acto mismo de respirar, pero a veces logramos ser más conscientes de su permanencia entre nosotros. Cualquiera puede ser una causa para morir. Cualquiera puede matarnos si le da la gana; es casi seguro que saldrá impune.

5

¿Qué haremos, amigo mío, con tus desesperados intentos de ser feliz?

¿adónde irán tus esperanzas de plenitud?

En comparación a ti, que inaudita parece mi resignación a la oscuridad.

Y no sé si lo mío es comodidad, o el prematuro estoicismo de los ancianos.

Tampoco sé si lo tuyo es valentía o estupidez

O el desesperado apetito de estar vivo.

Vos pareces tan dispuesto al dolor

 Tan dispuesto y sin embargo, tan frágil.

Como los niños hambrientos de envejecer

 Envejecer por el supuesto placer de ser adultos.

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