Entrevista con una antigua influencer erótica.

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Empecé a hablar con Amanda seguramente a mediados de junio del 2010. Ella para mí no era más que otra mexicana virtual, tenía un bonito blog en Tumblr llamado GypsyR23 que tiempo después se hizo famoso entre los seguidores de contenido erótico de la red. Tumblr era en aquel entonces un hervidero de desnudos legales e ilegales, abundaban las adolescentes hambrientas de atención y eran frecuentes las publicaciones “post-emo” sin duda menos horribles que la década anterior, pero aún influenciadas por lo Hipster y residuos de la estética grunge. Como aún no se implementaba masivamente el protocolo “https” en las conexiones de buena parte de internet (y la mayoría de chats no sabía lo que era el cifrado) eran comunes los blogs de hackeos simples donde se amontonaban las fotografías de cientos de chicas desafortunadas que compartieron un desnudo en una red abierta. Amanda apenas y tenía veinticinco seguidores la primera vez que le hablé. Nos gustaban las mismas bandas y los mismos artistas visuales, deambulábamos por aquella red de desnudos legales e ilegales y alegábamos el buen gusto de las fotografías de moda en aquella época. Yo tenía en ese entonces unos veinticuatro años y ella según me dijo pasaba los veintidós. Durante algunos meses interactuamos brevemente hablando de nuestras pequeñas dolencias cotidianas. Luego subió su primer desnudo que en un abrir y cerrar de ojos la trasformó en una celebridad de internet.

Nunca le pregunté por qué subió aquella fotografía y en realidad eso era algo que no me concernía. En aquella primera vez mostró solo uno de sus senos, que sobresalía de una larga blusa negra mientras sus piernas mostraban sus tatuajes. Amanda es blanca, de un tono de piel casi mortecino; era casi la imagen cliché de Blancanieves gracias a su labial. Siempre se tomaba fotos por debajo de su boca, como ocultando pasivamente su rostro, pues su nariz y sus ojos mostraban cierta predominancia de rasgos indígenas que le disgustaban y que trataba de minimizar con edición fotográfica. Sé que entonces estaba deprimida, que había sido engañada y que tenía una mala relación con sus padres debido a los problemas de la universidad. El dinero escaseaba y llevaba dos años sin un empleo estable.

—¿Lo has escuchado verdad? — me dijo mientras conversábamos sobre esa época años después— lo primero que uno siente al terminar una relación es la necesidad de sentirse deseado. Hoy en día las feministas renegarían de esa conclusión, pero lo cierto es que tras una ruptura los hombres se van al gimnasio y las mujeres se meten con el primer imbécil que se les aparece. Todos somos susceptibles a errores terribles en una situación así.

En Tumblr ya abundaban los blogs de chicas como ella, desnudos hechos no por chicas hackeadas o víctimas de un novio psicópata que publicaba sus nudes en internet sino por chicas que querían mostrar su cuerpo con absoluta libertad. Ellas deseaban ser conocidas así y eran bastante populares. Muchas tenían en buena medida una preocupación estética en la fotografía. Sus motivos individuales en realidad son poco útiles para esta narración; lo cierto es que no necesariamente eran chicas estúpidas o desesperadas. Cada una de sus imágenes podía llegar fácilmente a los quinientos mil likes.

Amanda trató de ocultar su origen latinoamericano situando sus publicaciones en una ciudad pequeña de Estados Unidos. Desde luego, no sabía cómo monetizar la popularidad de sus desnudos ni tampoco tuvo en un principio mucho interés en hacerlo. Hasta entonces su vida no se había visto envuelta en ninguna situación incómoda, los internautas que frecuentaban su blog no conocían su cara y su vida cotidiana era casi la de siempre, con la salvedad de miles de fotos de penes que recibía todos los días y la sensación de victoria que le generaba el amor incondicional pero anodino de miles de desconocidos. A algunos les sonará a contradicción, pero ciertamente a Amanda le aburría la pornografía, así que trataba genuinamente de ser estética y refinada en sus selfies y desnudos. Ahorró durante algunos meses y se compró una cámara, y con el tiempo también compró un juego de luces. No se sorprendió el día en que su blog llegó al millón de suscriptores, ni tampoco cuando vio a sus fotografías saliendo de Tumblr para infestar otras redes. En twitter otra chica se hizo pasar por ella compartiendo uno de sus desnudos como suyo. Aunque la idea le molestó, tras pensarlo un instante pensó que sería mejor así.

Todos los días Amanda subía tres o cuatro fotografías; una o dos al levantarse o bañarse, otra probándose ropa y una al irse a dormir. Su cuarto y su baño eran bien conocidos por sus seguidores. Algunos llegaron a escribirle prometiéndole regalos costosos y propuestas de dudoso modelaje que ella sensatamente rechazó, al menos al principio.

—Las cosas estaban muy mal en casa—me dijo—Desde luego, existía la posibilidad de la prostitución. Yo no tenía entonces ningún reparo moral más allá de mi propia salud. Pero en realidad la posibilidad me asustaba. Creo que más allá del mito de Sasha Grey la prostitución es violenta y coercitiva para una mujer. Claro, Sasha no era una prostituta, y en cierto sentido yo tampoco lo sería, pero la pornografía es lo mismo, ¿No crees?

En algún punto del 2013 apareció Bob, un americano que vivía en el DF y que respondía sus publicaciones compartiéndole sus propios desnudos. Bob era un tipo muy atractivo y además excelente fotógrafo amateur, casi con tanto seguidores como ella y una verdadera celebridad de la fotografía comercial local. Se conocieron y se hicieron amantes con relativa facilidad.  En aquel momento Bob la ayudó a perder el miedo a su rostro y su propio físico, compartiendo en sus redes fotografías casuales de ella con el epígrafe “Mi modelo favorita”. 

—A mediados del 2014 me animé a mostrar la cara en un desnudo, en parte, apoyada por Bob; el blog explotó. Lo acompañé de una hilera de comentarios empoderados y muy ingenuos de mi parte “Soy hermosa y no quiero seguir ocultándome, quiero aceptarme tal y como soy” el blog en realidad perdió durante uno o dos meses casi un 40% de su tráfico, pero nuevos visitantes llegaron con facilidad. Aparecieron por ahí trolls a los que verdaderamente les molestaban mis rasgos, pero eran una minoría. También apareció gente que comentaba su desacuerdo con mi rostro, pidiéndome que lo ocultara nuevamente. Amaban mis tetas y mi delgadez, pero no querían ver mi cara de latina blanca.

En aquellos días estaba de moda la novela erótica “Cincuenta sombras de grey” lo que popularizó el erotismo light y el BDSM en Tumblr. Amanda compró un traje de cuero y un antifaz, pero luego de golpearse a sí misma para un par de fotografías recordó con algo de humor que no tenía novio. Claro, existía Bob, pero Bob solo era un amante ocasional que seguramente se acostaba con otras tantas mujeres.

—Se asustó un poco cuando le propuse que nos fotografiáramos juntos. Noté inmediatamente que ninguno de los motivos que me dio era lo suficientemente sólido como para no hacerlo, pero al final terminó aceptando; le propuse que usara una máscara para protegerse de los celos de sus otras amantes. Estaba segura de que ese era el verdadero motivo.

—¿Cómo fue hasta entonces el comportamiento de tus seguidores? —le pregunté.

—Relativamente normal si aceptamos a las fotopollas como algo normal. Había gente incondicional y romántica y un millón de hombres prometiendo sexo salvaje y celestial con cada desnudo que subía al blog. Los americanos que me seguían eran relativamente toscos para sus propias alucinaciones amorosas, entonces me encantaban, pero Bob me cambió un poco la perspectiva sobre la inocencia de su manera de desear. Los latinoamericanos en cambio sí me parecían mucho más peligrosos en su agresividad y menos dispuestos a aceptar que una mujer se desnudara por motivos distintos a una declaración pública de necesidad de sexo. “Ya no estamos en la edad media después de todo” decía yo muy activista en esos días cada vez que uno se pasaba de insistente. Una mujer debería ser libre de desnudarse si se le da la gana.

—Después de todo lo que ocurrió, ¿sigues opinando igual?

A Amanda la desconcertó mi pregunta y la respondió con algo de hostilidad.

—Claro que sí, pero soy menos idealista al respecto y probablemente no vuelva a desnudarme en público. Cuando uno expresa y defiende su libertad, y un poco su vulnerabilidad, debe aceptar también que otros muestren la suya. El gran problema es el monstruo que muchos hombres liberan cuando deben aceptarse vulnerables.

—Muy pocas mujeres aceptarían a los acosadores como seres vulnerables— le respondí con algo de incredulidad. 

—Es que lo son, y precisamente por eso son tan agresivos. Creen que en el mercado del deseo solo pueden existir como sementales, pero no lo son y no logran aceptarlo. Romperles esa burbuja de falsedad donde se imaginan como supremos folladores los hace agresivos y peligrosos. Eso sucedió un poco con Bob.

—¿Bob era un mal amante?

—Tristemente no. Pero no se le paraba frente a la cámara.

Yo sonreí con ánimo burlón, pero Amanda me miró con muchísima seriedad.

—Hay un salto inmenso de fotografiar una mujer desnuda a fotografiar una relación sexual— me dijo mientras encendía el primer cigarrillo de la conversación—El cambio de paradigma es peligroso y se puede caer fácilmente en pornografía. Bob amaba la cámara como una extensión de sí mismo, pero cuando estaba frente a ella se sentía vulnerable. Por eso te hablé de los peligros de la vulnerabilidad masculina. Tú mismo, creyendo que tienes derecho a burlarte de Bob, estás disfrazando tu vulnerabilidad.

—Esa es una perspectiva muy interesante—acepté con incomodidad, colocándome a la defensiva—pero no estoy completamente de acuerdo con ella. La vulnerabilidad y la fuerza son dos perspectivas antagónicas que pueden servirnos para juzgar el mismo fenómeno. Los hombres somos naturalmente hostiles entre nosotros cuando se trata de la vida sexual.

—Ese fue el factor explosivo de mi situación. Con lo ingenua que era en aquel entonces fui incapaz de establecer verdaderos limites frente a los más apasionados por mi blog. Estamos hablando de las primeras veces que una chica crea un canal de material erótico. Yo tuve durante mucho tiempo la sensatez de negarme a aceptar regalos de la gente que me seguía, pero la cosa seguía tentándome y Bob vio el provecho económico de la situación. Me animaba a hacerlo casi todos los días y terminé aceptando.

—En ese momento terminó convirtiéndose en tu proxeneta—sentencié.

—Él hasta entonces no había sido violento y realmente no tocó un peso del dinero que llegó. Recuerdo particularmente a un señor de Tennessee que me envió mil dólares a cambio de una conversación por Skype. Fue algo absurdo, de verdad; hicimos videollamada y de inmediato empezó a masturbarse. Era obvio que lo hacía, habló conmigo con cierta naturalidad pero su mano por debajo de la cámara seguía en ese movimiento desagradable. Creo que una fotopolla habría sido menos horrible, más fácil de ignorar, yo ya estaba acostumbrada a ellas, pero el problema del dinero y su forma de ocultarlo me obligaron a seguir ahí, hablando con él como si no me diera cuenta de lo que hacía. Es decir, no había reglas. En ese instante realmente me sentí una prostituta.

—Podías cortar la llamada y devolver el dinero.

—Lo necesitaba. Era mucho dinero. Y no estaba dispuesta a devolver un centavo después de soportar el primer segundo de esa videollamada.

Nos quedamos en silencio un rato mientras ella terminó de fumar su cigarrillo y encendió otro. Recordé que me había dicho que había dejado de fumar y que solo lo hacía cuando sentía muchísima ansiedad. Nuestra conversación realmente le resultaba desagradable.

—Realmente no creo que Tumblr inventara contigo y tus contemporáneas la prostitución virtual—le dije retomando la conversación— pero si creó una forma de influencer sexual que hoy en día se ha popularizado con sitios como onlyfans.

Ella sonrió de mal humor.

—Hoy en día son mucho más afortunadas. Onlyfans vuelve la transacción económica mucho más impersonal, lo que evita que los psicópatas sientan un vínculo de pertenencia a la hora de pagar dinero.

—Igual no están a salvo de los psicópatas—Comenté.  

—En realidad nadie lo está. La más santa de las mujeres puede ir por ahí y ser asesinada porque un hombre de la nada se sintió dueño de ella.

—Esto nos lleva al tema de la publicación de tu primera foto en pareja con Bob.

—Lo que ocurrió después de esa fotografía lo conoces perfectamente. Lo siento; es un tema que todavía me resulta incómodo.

—Antes de esa fotografía—continué, pese a su incomodidad—recuerdo que subiste una imagen con Bob abrazándote en el espejo del baño. Tú estás vestida pero él está desnudo. Prometiste en el comentario de esa fotografía material interesante muy pronto.

—Tienes una desagradable buena memoria.

—La recuerdo particularmente porque habían cientos de cosas terribles en los comentarios. De algún modo el idilio de novia virtual que tus seguidores tenían contigo se rompió. En primer lugar se enteraron de la existencia de Bob, y segundo los hombres que te habían dado dinero enloquecieron de celos y de ira. Te llamaron estafadora y cosas peores. Lo que no me explico es, ¿por qué te animaste a subir tu fotografía con Bob a pesar de la hostilidad de esos comentarios?

—Estaba tan adormecida por el amor de esas personas que creí aceptable que sintieran celos. Uno o dos me molestaron, entonces decidí no verlos más.

La fotografía en cuestión era una penetración en primer plano. Amanda muy pocas veces había mostrado su vagina en su blog.

—Si hubieses visto el escándalo de la primera fotografía habrías notado que muchos de aquellos individuos empezaron a hablarse y a compartir datos tuyos.

—Yo había cometido muchos errores por ingenuidad, e incluso le acepté un regalo por correo a un español. Un perfil anónimo los invitó a todos a un grupo de chat. Desde allí se compartieron mi dirección y los datos de mi universidad. Alguien hizo un grafiti frente a mi casa dos días después, me seguían en la calle todo el tiempo y un desconocido me llamó puta en la mitad de la estación del metro más cercana a mi casa. El hombre de los mil dólares dijo que yo había prometido casarme con él y trató de denunciarme legalmente. De repente me convertí en la verdugo de un montón de solitarios miserables.

En realidad sospechábamos (yo le ayudé a rastrear a sus acosadores) que el grupo estaba constituido por diez o quince sujetos que llegaron incluso a patrocinar el acoso. Diez psicópatas en un blog con un millón de seguidores es una cifra aceptable en lo estadístico, pero desmesuradamente peligrosa en la realidad. 

—La policía intervino arrestando a un acosador callejero una vez, pero cuando mostró las conversaciones que sostuve con él se volvieron indiferentes. Casi que terminan apoyando la tesis de que yo era una estafadora. En aquel entonces no había ninguna perspectiva de género sobre el acoso, así que si no me iba del DF probablemente la que terminaría arrestada era yo.

—La situación escaló rápidamente, recuerdo. Desapareciste de internet por casi dos años.

—Estaba tan asustada que me rapé la cabeza para que no me reconocieran. Llegué a Buenos Aires con dinero para tres meses de alquiler y sin ni idea de qué hacer. Solo sabía que la prostitución no era una opción pues entonces ya no tendría a donde huir. Es curioso, ¿No? Muchas otras chicas que hacían lo mismo terminaron haciendo sus canales privados de distribución paga de material erótico, y algunas lo sostienen hoy en día.

—Ellas no vivían en Latinoamérica.

—Es verdad—acepta melancólicamente, apagando su cigarrillo contra la mesa.

 

 

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