Sobre reaccionarios y anarquistas.

    Silhouettes, Against, Nonconformist, Anti, Anders
 
     Le leí en twitter a una cuenta conservadora que hoy solo quedan dos tipos de pensadores: los reaccionarios y los anarquistas. Esto a la larga quiere decir que gran parte del radicalismo de nuestra época podría reducirse a la necesidad de destruir el Estado o de defenderlo. ¿Quienes desean lo uno o lo otro? La cuestión es más compleja de lo que parece a simple vista. Un ejemplo de ello es cuando Zizek y otros intelectuales de izquierda se declaran comunistas y nos hablan de la solidaridad y la pertinencia actual del Estado, exaltando con esto valores fundacionales de las sociedades. La izquierda, al menos en el discurso quiere creer en la solidaridad y la cooperación social, cosa que les obliga en la dinámica actual a abogar en el ejercicio del poder por un Estado fuerte muy a pesar de que su discurso electoral sea antisistémico, pero el hastío social contra los fenómenos de la corrupción han hecho que la tendencia mayoritaria tanto cultural como ideológica tome el camino contrario. Naturalmente en estas circunstancias llegamos a una época contradictoria; por un lado exaltamos la libertad individual y la autodeterminación garantizada por estructuras legales típicas de un estado fuerte y por el otro lado combatimos cualquier posibilidad de que ese Estado fuerte con poder para legislar sobre la vida privada caiga en manos reaccionarias. Ello porque el garantismo liberal nos tiene sumidos en la contradicción de una individualidad garantizada por decreto. 
 
     La pregunta interesante sería ¿Acaso no podríamos aceptar la existencia de la individualidad y la autodeterminación mucho más allá de los sistemas jurídicos y reconocimientos sociales? ¿Necesitamos los estrados y los abogados para que exista el individuo? . 
 
     El problema está precisamente en creer y aceptar un sistema legal con capacidad de decisión sobre la individualidad. Nuestro liberalismo nace traicionándose a sí mismo, en parte gracias a la desaparición de la vida privada y la ilusión mercantil de que toda determinación individual se justifica a sí misma a través de las interacciones de consumo y reconocimiento. Confundimos lo que consumimos con lo que somos dejando a la identidad a merced de las etiquetas. Tengo la sensación—en la que honestamente no he profundizado nada— de que esta es una convicción muy usual en el siglo XX pero poco frecuente antes del florecimiento de la propaganda. El garantismo jurídico nace para que la individualidad entendida como eslogan comercial pueda sostenerse más allá de su propio vacío. ¿Existirá la individualidad más allá de la instrumentalización comercial del consumo? Personalmente me niego a creer que soy lo que consumo, soy lo que uso y soy lo que prefiero. Pero la pregunta esencial podría ser más etérea, pues ¿Que es la individualidad, más allá de la frontera entre lo que considero propio y lo que involucra a otros?. 
 
     En el fondo, tanto la individualidad como la sociedad son mitos igual de etéreos que deben convivir entre sí. Las antiguas revoluciones que fundaron las democracias habían llegado a cierto punto neutral tras pelear varias guerras en contra de la colonización de la vida privada por parte de la Iglesia; con ello lograron victorias en la individualidad de las que hoy nos deshacemos con una irresponsable facilidad. La frase más absurda y más repugnante de la cultura Woke “Todo lo personal es político” (es decir, la individualidad desaparece y solo queda el Estado) le habría encantado a los viejos inquisidores del Santo Oficio.. 
 
     Hoy es la derecha quien toma las banderas del anarquismo pero no se decide del todo a la individualidad. Quiere libertad económica, pero sigue incómoda con la libertad individual. La izquierda suele tomar las banderas de la libertad individual usando discursos antiestatales, pero una vez llega al poder acude al poder coercitivo del Estado para imponer su perspectiva moral. Las posturas de centro en cambio viven obsesionadas con la burocracia y el poder. Todo lo que les permita gasto público está bien para el clásico político de centro. . 
 
     Sin embargo la pertinencia del Estado y sus justificaciones tanto filosóficas como morales está en tela de juicio en cada uno de nuestros debates políticos y sociales desde hace probablemente diez años. ¿Y cuál es el motivo principal de esta discusión? Si bien uno podría responder con cierta timidez “la corrupción” lo cierto es que los Estados han incumplido sus promesas fundacionales mucho más allá de lo económico, usando sus poderes para que los diminutos políticos que nos gobiernan se enriquezcan a costa de la enfermiza convicción de destruirlo todo. Pese a esto y fuera del debate libertario, la política tradicional mantiene la ilusión de que el problema está en el quién está en el poder y no en el poder en sí, lo que a la larga sugiere la existencia de un poder moral, algo cuya existencia me resulta casi mitológica, sobretodo en las limitaciones prácticas de la democracia.
 

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