Beatriz Viterbo - una musa dantesca.

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Cuando Borges se pone a sí mismo como participante en su obra suelo concederle un punto extra de credibilidad. Por ello jamás he buscado rastros simbólicos tan obvios como la relación dantesca del nombre "Beatriz" en el Aleph y prefiero pensar en una Beatriz real, tan real como irrelevante en el resultado final de la historia, pues Beatriz solo es importante por ser la prima de Carlos Argentino Daneri y Daneri solo es importante por ser el descubridor del Aleph. (¿Nos sirve el Aleph y su totalidad para distinguir el infierno dantesco?)En este recorrido de cosas que se pueden omitir adivinamos un significado alegórico del que Borges es seguramente es inocente y que los  analistas habrán escarbado hasta la saciedad.
 
Saltémonos entonces los lugares comunes.  
 
He ojeado en la última semana y de manera perezosa "El esoterismo de Dante" de René Guenón, más por buscar en él una perspectiva literaria original que por su valor esotérico intrínseco, del que seguro soy ignorante.  En realidad la carga simbólica exhaustiva me parece agotadora en sí misma y nunca ha dejado de maravillarme quienes encuentran consuelo en lo enrevesado a la hora de interpretar una obra. Es como si la estética solo tuviese un sentido referencial, como si no existiera en sí misma más que retroalimentándose de referencias; ese es un pecado terrible y muy común en el arte moderno.
 
¿Implica esto desechar los discursos ocultos (o segundas lecturas) de la obra literaria? Con Borges yo suelo ignorarlos y es posible que con la literatura que más cerca está de mi corazón haga lo mismo con frecuencia. Es lo que proviene de mi lectura inicial, de mi perspectiva más inocente sobre lo que es la narrativa; no necesitamos sobresimbolizar la literatura cuando su capa más superficial basta para enamorarnos; el resto simplemente es pirotecnia retórica que justifica el salario de los críticos literarios.  No necesitamos ver los riñones y el sistema circulatorio de quienes amamos; su sola musicalidad basta para nuestro deleite.
 
Sin embargo esto lo dice alguien harto de la semiótica, embarrado de símbolos desde la adolescencia. Con el aspecto dantesco de Beatriz recordé la vieja impresión que me causó descubrir que la Verónica del mito bíblico de la crucifixión tiene también un aspecto esotérico.  La etimología de Verónica (Veros=Verdad, Icos=imagen) me resultó sorprendente en una narrativa que todo joven que alguna vez creció en el cristianismo asume inocentemente como verdad revelada. En esa realidad, la realidad religiosa, también hay alegoría simbólica; pero quienes entienden del tema saben que toda realidad religiosa en realidad es alegoría.
 
Hay dos mujeres en Borges que me parecen vivas de pura añoranza; Beatriz Viterbo y Delia Helena San Marco. De ese último texto solía recitarle a una vieja amiga que comparte ese nombre:
 
Decirse adiós es negar la separación, es decir: Hoy jugamos a separarnos pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros.
 
Delia: alguna vez anudaremos ¿junto a qué río? este diálogo incierto y nos preguntaremos si alguna vez, en una ciudad que se perdía en una llanura, fuimos Borges y Delia.

Beatriz en cambio esta viva de frivolidad e indiferencia, pero esa indiferencia frente a Borges es una necesidad de su valor dantesco. Borges está en vida tan alejado de ella como Dante de la otra Beatriz, pero en este eco Borges nos enseña sus heridas; esa añoranza le ofrece al cuento su verdadero valor estético pues más interesante que los símbolos referenciales son los rastros emocionales, la melancolía tangible. La adoración dantescoborgiana que expresa el Aleph es una vieja posición del artista de la tradición católica. La adoración, juzgarían los simbolistas y esotéricos, es un recurso pagano; las dos Beatriz son símbolos del absoluto femenino, de la Isis velada. Al otro lado, en la capa más mundana del discurso, está lo cotidiano. Todo hombre enamorado entiende a Dante y a Borges.
 
 La distancia melancólica del escritor bien podría ser una impostura fundada por Dante pero hay que reconocerle su eficiencia como técnica creativa y como impostura poética, pese a resultar agotadora ¿Alguien podría hacer un listado de todos los enamorados de la historia que nunca logran poseer su objeto amado? Creo que el más célebre en la literatura popular reciente es Severus Snape.  Esa lealtad del enamorado es una cárcel y una mala decisión anímica para los espíritus sensibles, pues los escritores siempre serán observadores externos, incluso cuando viven y se adentran en los delirios de la vida.
 
En los últimos meses me ahogo en mi propia melancolía y solo el lenguaje es capaz de recordarme que sigo vivo. ¿Soy como Borges y Dante un adorador melancólico? es petulante de mi parte ponerme junto a aquellos dos adoradores, pero a lo que me refiero es casi un defecto fatal de sus identidades, pese a su valor iniciático.

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