El paradigma de una supernova

Las ficciones retroalimentan la realidad. La línea que va de la realidad a la literatura da la vuelta una y otra vez de la ficción al símbolo y del símbolo a la realidad. Los pueblos que imaginamos como símbolos nunca han existido más que como una abstracción democritiana; a veces son más símbolo que abstracción, un puñado de rostros y apellidos recurrentes, algunas caras conocidas en las que supones imposible la soledad. Y aunque los símbolos no nos pertenezcan los confundimos con nosotros mismos; esa imagen suele entristecerme. Hay sujetos convencidos de que son sus lecturas, sus equipos de futbol, sus religiones o sus naciones. Es imposible hablar con ellos de la individualidad porque la individualidad es una lucha constante y un mérito que se gana con dolor. Fabricamos nuestra alma contra el mundo, no gracias a él, pero a lo mejor esa es una conclusión envenenada pues viene de alguien que siempre ha sido un superviviente; uno eternamente rezagado, demasiado tenue como para existir en las competencias sedientas de mi generación. En otra época a lo mejor habría sido Parménides; en esta me conformo con ser Diógenes. El caso es que llevo algunos años rastreando símbolos y tratando de tejer con ellos algo que sea digno de ver, y al retroceder (algo que nunca debí hacer, pero es inevitable) veo el desgaste de las fibras de la realidad y me entristece la decadencia a la que el tiempo somete todo. Escribo un libro sobre Neiva; los lugares que frecuentaba y que alimentan el libro ya no existen. A veces creo que el Huila (o para ser más estricto, Colombia) es como la playa del mar donde es imposible escribir algo que perdure más allá de un instante pues el agua lo borrará todo. El flujo del que hablo (realidad -ficción-símbolo-realidad) apenas y puede leerse aquí; el rastro es tenue. No hay memoria entre nosotros. Somos una realidad hostil a las metáforas. Quizás por eso solo los locos, los melancólicos y los insensatos dedican su vida a la literatura. Quizás por eso solo los locos, los melancólicos y los insensatos olvidan lo poderosas que son las palabras. Inmersos en su poder, subestimamos nuestras alucinaciones porque no vemos el rastro de otros; amontonamos libros sobre anaqueles que nadie leerá pero olvidamos que somos locos y necios porque leímos las palabras de otros. Es decir, trasferiremos nuestro espíritu inconforme y desadaptado a una nueva generación, y así, de tanto en tanto, ocurre una supernova. 

 

29/12/21

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