Contra Barthes y la muerte del autor.

 



Dice Barthes en su ensayo” La muerte del autor”:

"Balzac, en su novela Sarrasine, hablando de un castrado disfrazado de mujer, escribe lo siguiente: “Era la mujer, con sus miedos repentinos, sus caprichos irracionales, sus instintivas turbaciones, sus audacias sin causa, sus bravatas y su exquisita delicadeza de  sentimientos”.  ¿Quién está hablando así?  ¿El héroe de la novela, interesado en ignorar al castrado que se esconde bajo la mujer?  ¿El individuo Balzac, al que la experiencia  personal  ha  provisto  de  una  filosofía  sobre  la  mujer?  ¿El autor Balzac, haciendo profesión de ciertas ideas “literarias” sobre la feminidad? ¿La sabiduría universal? ¿La psicología romántica?  Jamás será posible averiguarlo, por la sencilla razón de que la escritura es  la  destrucción  de  toda  voz,  de  todo  origen."

Si trasladáramos esta afirmación a la música o la pintura, ¿Tendría sentido? ¿podríamos pararnos frente a un Monet y hacernos estas mismas preguntas llegando a esa misma conclusión? E incluso en la música que forzadamente pasa por un intérprete, ¿tiene sentido escuchar los Conciertos de Brandeburgo y fingir que no existe Bach? De entrada, parece ser que Barthes ha puesto sobre el autor una sábana y se negará a verlo (como hacen los niños necios) durante el resto de su argumentación.

Pero la afirmación más infame viene después:

“La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que va a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia  identidad del cuerpo que escribe”.

Hace algunos días el gobierno colombiano exigía de los escritores locales esta misma neutralidad, negándole la entrada a algunos y acusando de “demasiado politizados” a sus críticos para justificar la censura. De haber tenido idea de la existencia de este ensayo el gobierno de Iván Duque bien podría haberlo usado para justificarse. ¿Para qué llevar a Madrid entes que no existen? ¡Bastaría con llevar los libros con los nombres de los autores censurados!

Dos de las tres afirmaciones más apresuradas del siglo XX fueron dichas por franceses. “El hombre ha muerto” de Foucault (en mi opinión, la menos descabellada) “el autor ha muerto” de Barthes y “la historia ha muerto” de Fukuyama; las tres tienen en común esa profunda y necia melancolía y la misma petulancia que los impulsa a imitar a Nietzsche. Desgraciadamente todos se equivocan. Y es que para descubrirlo solo basta ver las noticas del último mes; el imperio más grande del mundo (los imperios son el motor de la historia) ha sido expulsado de un país donde ahora se impone una dictadura teocrática. Si Dios se niega a morir, ¿Qué le queda al hombre, a la historia y al autor?

Como todo discurso que se ufana de neutralidad, las palabras de Barthes están tremendamente politizadas.

“El autor es un personaje moderno, producido indudablemente por nuestra sociedad, en la medida que ésta, al salir de la Edad Media y gracias al empirismo inglés, el racionalismo francés y la fe personal de la Reforma, descubre el prestigio del individuo o dicho de manera más noble, de la “persona humana”. Es lógico, por lo tanto, que en materia de la literatura sea el positivismo, resumen y resultado de la ideología capitalista, el que haya concedido la máxima importancia a la “persona” del autor.”

En medio de semejante tontería, deshebrar los hilos ideológicos del propio Barthes nos pone en un apuro porque él mismo mezcla cosas que no tiene sentido mezclar. A continuación nos dice: 

“…la crítica aún consiste, la mayoría de las veces, en decir que la obra de Baudelaire es el fracaso de Baudelaire como hombre; la de Van Gogh, su locura; la de Tchaikovsky, su vicio: la explicación de la obra se busca siempre en el que la ha producido, como si, a través de la alegoría más o menos transparente de la ficción, fuera, en definitiva, siempre, la voz de una sola y misma persona, el autor, la que estaría entregando sus “confidencias”.”

Amigo Barthes, el fracaso de la crítica a duras penas implica solo eso. Los críticos podrían desaparecer y los autores igual seguirían existiendo.

“En Francia ha sido, sin duda, Mallarmé el primero en ver y prever en toda su amplitud la necesidad de sustituir por el propio lenguaje al que hasta entonces se suponía que era su propietario; para él, igual que para nosotros, es el lenguaje, y no el autor, el que habla; escribir consiste en alcanzar, a través de una previa impersonalidad –que no se debería confundir en ningún momento con la objetividad castradora del novelista realista– ese punto en el cual sólo el lenguaje actúa, “performa”1, y no “yo”: toda la poética de Mallarmé consiste en suprimir al autor en beneficio de la escritura (lo cual, como se verá, es devolver su sitio al lector).

Nunca habíamos estado tan cerca de cumplir la fantasía francesa de matar el autor como ahora. ¿Puede existir el lenguaje sin el autor? Desde e luego que sí, pero mediado por otro lenguaje que es el de la programación. ¿Qué más impersonal que un poema o una narración creada por un algoritmo? En el 2017 salió a la venta un libro de poemas escrito por la inteligencia artificial de Microsoft, llamada Little Ice. El libro se titula “La luz solar se perdió en la ventana de cristal” y tiene poemas como este:

Through the blur of tears, nothing is clear —

My life is art;

Drifting clouds at dusk in the western sky,

With my broken palms I pray.

Una de las cosas interesantes de esta forma de creación literaria es que como el algoritmo funciona con fuerza bruta, alguien debe elegir que poemas son los mejores como para ser incluidos en un libro. De 500-600 poemas que el algoritmo puede generar en 24 horas, alguien debe leerlos y discernir. Es decir, el autor podría morir, pero sigue en pie el editor. Y es que no le bastan a la IA una base de datos con la colección de todos los sonetos y toda la literatura importante del mundo entero, pues sin un criterio poético y humano detrás del lenguaje sería injustificable el uso de la palabra literatura.  Las obras de Little ice son poemas porque alguien decidió que lo eran. Del mismo modo que en las vanguardias los dadaístas tomaban frases al azar para construir sus obras.

+¿no es curioso que para matar al autor Barthes acuda a sus connacionales como Valery y Mallardé? Es decir, acude a su contexto inmediato, algo demasiado autoral de su parte.

Comentarios