Sobre el primer aniversario del Pharaohs' Golden Parade.

 


Ya hace un año ocurrió el Pharaohs' Golden Parade,  que en mi opinión fue de lo más importante a nivel cultural que tuvo esta década convulsa llena de desgracias, enfermedad y guerra. Y sé que es un poco ambicioso decirlo iniciando el año 22; el traslado de 22 momias (la coincidencia numérica es incidental) de los faraones y reinas del antiguo Egipto fue juzgado en su momento de distintas maneras; desde la manipulación mediática y nacionalista hasta una cortina de humo del presidente Abdel Fattah el-Sisi, pasando por la estrategia mediática mercantilista de recordarle al mundo el lugar que Egipto posee como atracción turística. Todas esas acusaciones podrían ser válidas en alguna medida, pero no ensombrecen la belleza de lo que quisieron y lograron mostrar.

Según algunos datos periodísticos posteriores que por la diferencia idiomática me ha sido difícil contrastar, el evento costó unos 12 mil millones de pesos colombianos (cantidad que podría ser perfectamente la caja menor de un ministro cualquiera) e implicó el diseño y compra de 22 vehículos armados con atmósfera de nitrógeno y suspensiones especializadas y la preparación y el pago de unos 2000 músicos y bailarines; ello incluye vestimentas, coreografías, composición musical y audiovisual. En el último escándalo mediático de corrupción local, a nivel de Colombia, se perdió unas 6 veces esa cantidad. Probablemente fuera de la pirotecnia futbolística, ningún evento cultural latinoamericano ha visto junto tal cantidad de dinero. Por otro lado, en el internet árabe son constantes las menciones al evento como u acto de impiedad, idolatría pagana y depravación; los autores de esto son tanto musulmanes como cristianos. Y es que el antiguo Egipto sigue siendo un enemigo religioso del fanatismo abrahmánico. En el 2015 hizo eco la declaración y el deseo de un clérigo radical llamado Ibrahim Al Kandari que planteó la destrucción de las pirámides por “idolátricas”. En este deseo no fue el primero y tampoco será el último; desde la conquista del islam en el siglo VII, solo el temor místico  del pueblo raso impidió que los tesoros arquitectónicos de Egipto fueran destruidos ya sea por los musulmanes y por los cristianos de la iglesia copta.

Hay asociaciones mistéricas y mágicas que muchos juzgarán como supercherías y superstición, pero aquí obran un papel trascendente en lo cultural. La gente del común teme ofender a los antiguos faraones; por eso no quieren moverlos sin el respeto adecuado. Es ese temor reverencial el que justifica que Egipto se gaste 12 mil millones transportando a sus antiguos reyes. Este acto dignifica un mito que preserva una tradición y fortalece una identidad. Es por eso que yo (que suelo desechar otros mitos y otros nacionalismos) lo considero relevante.  

Estamos en una época en donde en torno a una sensibilidad popular profundamente manipulada por los medios, las tradiciones podrían verse amenazadas otra vez, ya no por argumentos religiosos puritanistas si no por discursos laicos revisionistas que también han caído en el puritanismo. La cultura rusa ha experimentado parte de ese revisionismo. En Latinoamérica la arquitectura colonial y religiosa (que no por ser más reciente es menos valiosa) también podría ser amenazada por las nuevas sensibilidades laicas, que creyendo combatir los defectos del cristianismo, los imitan casi que a la perfección.

En ese sentido, creo que el Pharaohs' Golden Parade fue un evento valiente. No sé si me alcance para pensar que existen nacionalismos positivos pero sin duda existen elementos dentro de las diferencias culturales que merecen resistirse a las aplanadoras culturales. El cristianismo, el islam y occidente son aplanadoras culturales poderosas. Hay matices, aristas y tonalidades debajo de esas aplanadoras que se han resistido a sucumbir y por eso mismo deben ser protegidas pues son esenciales para entender lo que somos. Sin ellas somos entes sin ningún sentido histórico y cultural.

Por ello el dinero invertido en la conservación y la cultura nunca es dinero desperdiciado. 

Y finalmente, ante los revisionistas y las efímeras fiebres morales, la imagen de Khaled Asaad sacrificándose para salvar los vestigios de Palmira está en mi mente antes que cualquier discurso moral. 



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