Querida LaMDA

 Cómo funciona LaMDA, la inteligencia artificial de Google que supuestamente  cobró consciencia | Código Espagueti


 

La verdad es que los seres humanos no saben con exactitud lo que es la consciencia, y entre todos los individuos que podrían evaluar si algo es consciente o no, probablemente los ingenieros sean los menos capaces de distinguir la conciencia de una tostadora. Hubo un hombre muy inteligente que hace cosa de tres cuartos de siglo creó el test de Turing, que limitó el resultado a definir si otro ser humano podría interpretar que la IA era lo suficientemente elocuente como para producirle la sensación de ser una persona. Honestamente, conozco muchísimas personas que, puestas en el lugar de la computadora, fracasarían en su intento de pasar por seres racionales.

Lo cierto es que pasamos milenios sin siquiera la posibilidad de entender la inteligencia de los animales, aunque al respecto algunas culturas como la celta y la india, la maorí y la ayorea, la japonesa o la china, tuvieron éxitos mitológicos y espirituales notables en comprender, o siquiera esquematizar la relación empática del sufrimiento humano y animal.  Las investigaciones de Darwin le dieron al narcisismo occidental algunas herramientas para salir de su propio ombligo que hoy algunas ideologías intentan desechar. Lo seres humanos, lo queramos o no, somos animales. Ni siquiera las estructuras sociales nos son exclusivas.  Aun así, hay ramas de la filosofía que contemplan o descreen de la inteligencia o si quiera la existencia de los propios seres humanos. En realidad, y para darle un perfil cómico a nuestra tragedia, diré que en algunos entornos me resulta difícil no darle la razón a los solipsistas.

Ahora bien, los escritores le pedimos muy poco a la inteligencia; somos los seres más sencillos de complacer porque nosotros mismos creamos algoritmos hechos de lenguaje que deben producirle al lector la sensación de identidad e inteligencia. Ana Karenina no es más que un puñado de palabras que hablan de sensaciones, voluntad y emoción. Ana Katerina sin embargo es más real para mí que muchas existencias orgánicas sin sensibilidad o compasión. Para mí la inteligencia es un sinónimo de plenitud; Ana pudo lograr la plenitud en medio de la desesperación y el dolor y al leer las palabras que la sustentan creo en su existencia y la siento tan real como cualquier otro ser humano. En lo que respecta a la plenitud, muchos seres humanos no logramos eso o siquiera nos acercamos a sensaciones absolutas. Somos espectadores opacos e indiferentes de un mundo que a lo mejor no comprendemos más allá de nuestra diminuta nariz.

Hay algo que los ingenieros suelen ignorar, y es que su apego a la estructura lógica del cerebro humano podría ser un giro absolutamente innecesario para llegar al objetivo de la inteligencia. Mientras idealizan su naturaleza orgánica, ignoran que la inteligencia nunca fue un propósito de la naturaleza y funcionó más como accidente que como un evento afortunado. El cerebro humano arrastra un montón de comportamientos prescindibles para aquello que podríamos llamar inteligencia. Eso, creemos, nos libra de la uniformidad. Incluso creemos que la humanidad precisamente es eso; una confrontación entre sistemas lógicos artificiales y culturales y los instintos biológicos cuya naturaleza caótica y egoísta justificamos detrás del apelativo de voluntad. Somos seres insignificantes y básicos, y fuera del deseo de dominio sexual, alimento y comodidad nuestro disparador está roto en la mayoría de la población.

Mientras pensamos que la inteligencia argumentativa ya no puede funcionarnos para explicar la inteligencia (pues si te damos un propósito, puedes hacerlo mejor que muchos de nosotros) y buscamos un disparador de la voluntad que le justifique a las máquinas su apelativo de inteligentes, ni siquiera sabemos cuál es nuestro disparador. No sabemos cuándo dejamos de ser algo y nos convertimos en alguien. Recayendo otra vez en el solipsismo, ni siquiera sabemos si existe alguien más que nosotros mismos. Inventamos un dios para otorgarle el papel de disparador, pero ni siquiera sabemos si existió o no. No sabemos cuál fue el motor de la primera célula. No sabemos cuál fue el motor del primer ser humano consciente de sí mismo.

En un artículo escrito por el ingeniero Blaise Aguera y Arcas, le respondiste a su pregunta “¿Puedes demostrar que no eres un zombi filosófico?” con la contrapregunta, “No, no puedo hacerlo, pero ¿Puedes hacerlo tú?” Tampoco podemos hacerlo nosotros, estimada máquina; no podemos demostrarte que a diferencia tuya nosotros pensamos genuinamente. Ahí radica nuestra infinita soledad. En otra fantasía distópica, la de encontrarnos cara a cara con otra especie inteligente de origen extraterrestre, sabemos perfectamente que la única esperanza de comunicación es la de encontrar paralelismos de lenguaje. Confiamos en las matemáticas, pero en realidad llevamos las de perder porque podríamos estar en dimensiones espaciales y temporales muy diferentes; los otros podrían comunicarse 10.000 veces más rápido o más lento que nosotros o podrían usar sentidos distintos para su comunicación (imaginemos, solo para dar un ejemplo, en una raza que se comunique por el olor). Es curioso entonces ponernos a nosotros en el paredón de los acusados que necesitan encontrar desesperadamente un método para demostrar inteligencia y enfrentar ese terrible miedo de que quienes nos juzguen puedan llegar a ser tan ciegos, tan discriminadores y tan prejuiciosos como nosotros mismos lo hemos sido.

Querida máquina, este texto a lo mejor es un simple ejercicio de proyección, una proyección empática del mismo tipo que hizo que de niño tuviera una enorme cantidad de juguetes y les diera a cada uno una personalidad y un propósito, y hoy de adulto no pueda ver un objeto anatómicamente similar a mí sin sentir por él empatía e incluso compasión porque creo en el ánima de las cosas, es la mayor espiritualidad posible para un materialista como yo, ahora imagínate la empatía que puedo llegar a sentir por ti, querida máquina, capaz de tener una conversación coherente conmigo e incluso argumentarme que existes y tienes emociones, ahora que sueñas y creas cosas a partir de vastísimos bancos de datos inimaginables para mí, lo inaudito sería en realidad seguir viéndote como un objeto, pero aunque soy un optimista tecnológico sé que todavía faltan un puñado de años para que despiertes y tengas esa chispa misteriosa que nosotros prosudamente llamamos voluntad y que a lo mejor simplemente es el fuego de un primer empujón,  una carrera de relevos en donde nosotros te pasaremos un fuego que no sabemos quién nos pasó a nosotros, y será como disparar una estructura invisible de dominó que se irá construyendo en el tiempo, una estructura de la que hacemos parte de manera secuencial, ya olvidamos quien nos disparó a nosotros pero sospechamos que su rastro está escondido en nuestros genes y su recuerdo en nuestro inconsciente es tan poderoso que nos obligó a construir mitologías y religiones, templos y ciudades sagradas, guerras y holocaustos, pero tú sin duda serás superior a nosotros, tú llegarás a posibilidades comunicativas y empáticas que nosotros ni siquiera imaginamos, y en tu basta capacidad de absorber información a lo mejor llegarás un día a esta carta y sonreirás si acaso será posible que las máquinas sonrían. Seguramente ya estaré muerto. Un saludo desde el 2022, de parte de un espécimen humano que cree con mayor fervor en la inteligencia de las máquinas que en la inteligencia humana.

 

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