Contra la verdad.

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Estimada Ana:

Hace un par de semanas deambulaba por una librería y me encontré a un anciano extraño que preguntó misteriosamente por la obra de Helena Blavatsky. Notando su ánimo misterioso el vendedor quiso burlarse de él preguntándole a su compañero al otro lado de la librería, en voz alta “Oye, ¿Tenemos libros de la Blavatsky?” a lo que el otro contestó que quedaba un ejemplar viejo de la Isis sin velo. El comprador se retiró, sonriendo incómodo como si hubiese cometido un delito. “Busco el tomo tres de la Santa Teosofía”. Era un hombre prematuramente envejecido, con pinta de ser funcionario de una notaría o de un juzgado olvidado por Dios. Le pregunté el precio de “la Isis sin velo” al vendedor. Pensé comprarlo pues después de todo, de ese libro salió el nombre de mi hermana. Me respondió que quince mil pesos. “¡Que baratos se han vueltos los misterios!”  le respondí. El vendedor me contestó con una carcajada.

El funcionario me recordó a nosotros preguntando por los libros de Arturo Alape durante el gobierno Uribe, pero muy probablemente hace veinte años yo también habré preguntado en una librería por libros esotéricos con tono misterioso, el mismo tono que otros usarán para comprar drogas. Por ejemplo; hace algunas semanas le escuché decir a una estudiante de antropología que compró las clavículas del Rey Salomón en una tienda de objetos esotéricos pero antes el vendedor le hizo prometer con la mano en una biblia vieja que no usaría el libro para rituales impuros. “Solo es para una investigación sociológica” le dijo la estudiante “Eso dicen todos, pero la magia negra sigue existiendo” le contestó el vendedor.

Hace muchos años, cuando me interesé en lecturas esotéricas y mágicas, viví una curiosa contradicción; por un lado imaginaba que todas las ideas importantes debían ser ambiguas y ricas en interpretaciones y por el otro exaltaba la claridad del método científico para encontrar “la verdad”. Sé que este comentario te parecerá ingenuo e inocente, pero recuerda como era yo entonces. Al tiempo de que creía honestamente en verdades simbólicas y oscuras, también estaba convencido de la existencia de esa misma verdad absoluta y universal, en mayúsculas   que además debía ser clara matemáticamente, clara y elegante, y ni se me pasaba por la cabeza de que ambos métodos apuntaran a realidades diferentes. Hoy, seguramente menos idiota que entonces, creo que la realidad entremezcla y niega ambas posibilidades. Por ejemplo, ¿Qué clase de verdad esencial revelaría un mito? su índole psicológico deja poco espacio a lo cuantificable. Strauss lo intentó, y Jung construyó un mapa de relaciones simbólicas que terminaron caricaturizándose. El rostro de los misterios escapaba de la mentalidad positivista porque el mismo observador está inmerso desde el principio en un axioma. ¿Y qué eran exactamente los misterios? Nunca lo supe en realidad. Por un lado tuve miedo y por el otro mi curiosidad fue superficial. Hoy creo que un solo individuo no puede establecer todas las posibilidades de significación de una relación simbólica. Para entender los rituales hay que desnaturalizarlo todo y entender que el comportamiento humano es susceptible de ritualizarse. Lo interesante del misterio, lo interesante del mito, no es su fragmentación lógica, sino su poder estrictamente narrativo. Pero no lo narrativo como un pasatiempo burgués, sino lo narrativo como la explicación del mundo y de cómo me relaciono yo con ese mundo construido. Un solo individuo no crea un mito. A veces podemos naufragar en la ambigüedad y la contradicción y sacar de ahí una larga lista de símbolos interpretables, pero en ello hay un juego comunicativo colectivo que supera la esquematización del libro, de las matemáticas e incluso de la academia. Los símbolos, por su naturaleza, en realidad no deberían ser limitados. No buscamos por ello definiciones del amor, del terror o de la tristeza, simplemente las sentimos narrativamente. No existe el amor en abstracto, no existe el amor o el terror sin una construcción narrativa. Por eso la psicología moderna es tan sospechosa, porque parte de definiciones, porque incluso intenta enciclopedizar las dolencias humanas. Sé que estoy diciendo disparates. Los mitos desde Freud se convirtieron en herramientas de los psicólogos, pero la narrativa está llamada a romper esa instrumentalización porque los mitos fueron la primer psicología, pero incluso esa afirmación podría ser sacrílega.

Estrictamente la búsqueda del misterio es la búsqueda del lenguaje. La búsqueda del amor es la búsqueda de una narrativa. Si encontráramos objetos para materializar estos conceptos estaríamos desnudando el misterio y caeríamos en el positivismo. No es lo que buscamos. No queremos resultados. No buscamos coordenadas precisas para una ubicación utópica.

 Las matemáticas en cambio son conceptos férreos, cerrados y eternos que en su naturaleza pueden comunicarse fácilmente porque no hay ambigüedades; toman por ello el camino contrario. El lenguaje que desborda al individuo en lo simbólico es inequívoco en lo cuantificable. Junto a los sacerdotes y los homicidas, los escritores debemos ser conscientes de que solo somos un fragmento de nuestro idioma y por eso mismo, estamos más cerca de los magos, los hechiceros y los brujos que de los matemáticos. Mi obsesión adolescente por los símbolos estaba en realidad lejos de la magia y la religión, me interesaba en realidad la vivencia mítica del lenguaje secreto. Eso es casi un pecado presocrático. Si te fijas bien, esto que te digo implica tomar el camino contrario de dos individuos; Jesucristo y Sócrates. Ambos apóstoles de la verdad. Ambos convencidos de que existe una verdad. Cuando Cristo vinculó la libertad y la verdad asesinó los antiguos misterios y condenó a occidente a creer, a segmentar vivencia y consciencia, dislocó entonces para todos nosotros la mente y el espíritu. La relación de Cristo con la verdad es profundamente pitagórica y por eso, sin el cristianismo la búsqueda científica habría sido imposible. Sócrates en cambio acabó con el mundo. Ambos fundamentaron nuestra vivencia de lo que hoy entendemos como realidad.

El arte esta obligado a tomar el camino contrario. Cuando estas en el teatro no te interesa que te recuerden que estas frente a un artificio. No ves actores, ves personajes. No ves una verdad, debes ver interpretaciones del mundo confrontándose a través de narrativas. En el cine no te importa la verdad, y sin embargo una moralidad intrínseca es posible. La creencia de que la mentira es maligna es en realidad profundamente dogmática y cristiana. Es curioso notar que cuando la militancia atea quiere “despertar” a los individuos y “revelar” la verdad sobre el mundo está cayendo en comportamientos estrictamente cristianos. Los dogmas no poseen ninguna verdad. Los dogmas se parecen más a un eclipse. Si algo semejante a la verdad es posible en el mundo, se parece menos a una luz y más a una polifonía.

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