Los enemigos del arte son enemigos del pensamiento.


 


Pensar hoy en día es muy impopular. Pero uno podría extender esa afirmación a cualquier época y decir que el pensamiento siempre ha sido incómodo e impopular. Cada que aparece un gran relato—Houellebecq llamó a este proceso una mutación metafísica—la pasión humana por una verdad fija y universal se vuelve enemiga de los puntos grises y no soporta las sombras o las preguntas incómodas.

Estas afirmaciones, mal utilizadas, podrían parecer una justificación de las posturas políticas de centro, pero nada más lejos de la verdad. El centro es también un relato uniforme tan cercano al fanatismo como cualquier otro relato político. El hecho es que hay en la realpolitik una aversión muy naturalizada al pensamiento. La verdad y la pregunta (la acción y el dogma) son demasiado cercanos. Las preguntas inclementes (el escepticismo) son en la política una forma de inmovilidad.

Esta aversión me parece interesantísima porque incluso el padre de los filósofos que fue Platón quiso apartar las preguntas incómodas de su utopía. Esta vez los enemigos no serían los filósofos, los políticos o los periodistas, si no los poetas. Cuando la verdad fija y universal es más absoluta y más pura para el filósofo, más apartado está de la creatividad, de la libertad del error. Naturalmente el filósofo (y sobretodo el filósofo platónico) no tiene por qué ver la creatividad como una forma de pensamiento, y es muy probable que Platón terminara quemando a Madame Bobary por ser un panfleto corruptor de ciudadanos virtuosos. Este filósofo no consideraría que si no tienes derecho a equivocarte no eres libre.

El cristianismo en esto es menos estúpido que la cultura de la cancelación.

La sociedad del espectáculo es una inmensa construcción simplificada que pone a la publicidad y al debate público lo más alejado posible del pensamiento. Las construcciones esenciales de la publicidad se dirigen a las emociones, y por ello no buscan ni intentan ser racionalizadas. Toda la política contemporánea se entregó a la publicidad y por eso mismo, no puede ser nada distinto a una discusión irracional de consignas e imágenes poderosas, de eslóganes e imágenes conmovedoras; en el debate triunfará el mayor impacto, no el mejor argumento. Pero aquí pareciera que me estoy contradiciendo. ¿qué es la verdad, vista desde la política o desde la publicidad? ¿un punto inerte solo accesible para los más sabios e iluminados? ¿Una construcción conceptual de la cultura y el consenso? En esta ambigüedad tienen más cabida los dogmas que las preguntas. Los seres humanos, después de todo, necesitan desesperadamente salir al campo de batalla. Eso seguramente es la política; una apuesta por un dogma que plantee una salida a los momentos de ambigüedad, un llamado a la acción. El pensamiento en esta urgencia podría generar inmovilidad. En la urgencia el dogma es más útil tanto para el político como para el elector.

En la política, por ello, recurrimos a comportamientos de manada pre-racionales. La política es ese espacio donde lo emocional y racional se confunden y entremezclan engañándonos con suposiciones sentimentales. Después de todo, cada uno de nosotros crea criterios universales a partir de experiencias y conclusiones personales. Estamos atados a verdades subjetivas en conflicto. No hay espacio ahí para la duda y la incertidumbre.

La sociedad del espectáculo busca reducir más y más la racionalidad de los debates, por ello cada vez más usa consignas agresivas, por ello se arroja cada vez más sobre confrontaciones simplistas y dualidades sin sustancia. Entre más libertad pierde el elector, más violentos serán los dogmas y más urgentes las decisiones políticas, pero un dogma fuerte e intransigente no implica en lo absoluto una salida correcta, todo lo contrario, podría significar un esfuerzo concienzudo en un error catastrófico. De hecho, nunca antes el ciudadano común había sido confrontado con tantos asuntos importantes al mismo tiempo. No puede entenderlos a todos. Debe confiar. Debe aceptar las verdades de la publicidad política, de lo contrario se volvería loco.

En el colmo de las decisiones políticas diseñadas para el espectáculo y la suspensión del juicio racional, algunos activistas ambientales han atacado obras de arte por toda Europa. Y al hacerlo han planteado la dicotomía más estúpida de toda la historia de la humanidad; “Que vale más, ¿el arte o la vida”. Tanto el acto como la pregunta se entrometen en mis convicciones más profundas y por ello provocan en mí la reacción más emocional posible. ¿podría esperarse otra reacción de alguien que dedicó su vida al arte? Lo dudo mucho. Mi primer y segunda reacción es pedir que fusilen a quien se atreva a dañar una obra de arte planteando una pregunta tan estúpida. Es francamente aterrador que en una época tan irracional y violenta alguien quiera dañar al arte como método de propaganda. No existe, ni es concebible siquiera, una dualidad u oposición entre el arte y la vida. Ambas son una misma cosa. Todo atentado en contra del arte es también un atentado contra la vida, muerte e irracionalidad convertidos en doctrina.

el 21 de julio del año 356 a. C, un individuo llamado Eróstrato incendió el templo de artemisa buscando la inmortalidad. Desgraciadamente lo consiguió. Cada tantos siglos su propósito y su estupidez resucitan en cuerpo ajeno, para desgracia de la humanidad.

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