Carta a Calíope.




Mi versión es diferente a la tuya; por algún motivo fui a conocer a tu padre. Estaba en la sala y te vi bajar, eras la chica más bella que había visto en mi vida y cargabas una mirada penetrante de genuina hostilidad con los extraños. En esa mirada apenas y me prestaste atención. Creo que fue mi guitarra y no yo lo que llamó tu atención. Y luego me devolví dos o tres veces y di vueltas esperando la oportunidad para encontrarme casualmente contigo en aquel barrio infernal, en aquel océano de polvo. Seguramente si me hubiese encontrado a tu padre me habría sentido ridículo. Al verte dio la casualidad de que necesitabas fuego. Para que fuese evidente que yo tenía fuego, empecé a quemar unas hojas secas.

    ¿No son simbólicas las escenas que elegimos? Como nos conocimos por el fuego, en un pastizal reseco y polvoriento casi desértico, luego nos apropiamos de las historias románticas sobre Egipto de Christian Jacq. Tú y yo nos reencontrábamos, luego de varios siglos de hambruna y desesperación. Por eso nos resultó natural enamorarnos al primer vistazo, al primer día, y ser tan locos como para declararnos entonces, sin conocernos, sin saber si quiera nuestros nombres, un amor eterno que hemos maltratado sádicamente.

    Bueno, descartando la reencarnación, supongo que leímos en la mirada del otro la misma melancolía y estábamos desesperados por un vínculo profundo. Y de jóvenes confundíamos la tristeza con la profundidad, y la inteligencia con la melancolía.

    He decidido reescribir mi carta y volver a pensar en las palabras que elegí. Ya sabes que estoy amargado y que el final del año me ha golpeado. Antes de ayer pensaba en mi orgullo y en lo doloroso que a veces resulta mantenerme en pie por mí mismo. Una vez, cuando rompimos y prometimos odiarnos, supliqué por tu compasión. Es la única vez que lo he hecho y muchas veces me pregunté si hice bien. Lo más patético de todo es que no supliqué por tu amor (yo sabía perfectamente que había perdido la guerra) sino por la posibilidad de escribirte. Ama a otros, cásate con otros, pero permíteme seguir escribiéndote. ¿Y por qué era tan endemoniadamente importante escribirte? Porque eras mi igual. Porque tu existencia me bastaba para no sentirme solo. Porque en el fondo empatizaba con tus errores y entendía tus decisiones, a pesar de que me lastimaran.

    Tal vez esa última línea parezca falsa pero no lo es. Había una dualidad esquizofrénica en el odio y el amor en aquel entonces. Creo que en el fondo sabía que si seguíamos hablando y seguíamos escribiéndonos, nunca serías del todo libre. Y el odio justificaba una venganza que en realidad era dolor y mi propia esperanza camuflados como veneno. Nuestro pacto enfermizo continuaría más allá del amor. Esa conclusión, de mi parte, no era benevolente. Yo tenía claro que ambos condenábamos nuestra libertad.

    ¡Nunca imaginé lo cierto e irremediable que fue eso! Pero admítelo; realmente intentamos huir. Tú lo intentaste, e hiciste bien. Nunca te lo cuestioné y de corazón deseé tu felicidad.

    Pero tras esa distancia el mundo se congeló. Mis dos exparejas más importantes siempre me cuestionaron mi incapacidad para escribirles y nunca les confesé el verdadero motivo. Es algo misterioso que no puedo controlar, que no está en mí, pero solo quiero escribirle a una persona. Hace algunos años leí sobre un mito vampírico irlandés de las Leanán Sidhe, una especie de hada prima de las banshee que elige a un poeta como cónyuge y devora su vitalidad toda su vida, a cambio de otorgarle inspiración. En uno de mis animes favoritos “The Ancient Magus Bride”, una sidhe se enamora tanto de un humano que, aunque permanece junto a él toda su vida, no se alimenta de su vitalidad y tampoco permite que él la vea por temor a robarle la vida. Libre del influjo maligno/amoroso de la sidhe, aquel hombre (que por cierto, es un escritor) llega a viejo y escribe obras regulares, algo mediocres, pues solo cuenta con su talento, pero toda su vida ha pensado en la Sidhe, él sabe que ella existe; alguna vez, por un segundo, la sidhe se descuidó y fue visible para él. Eso bastó para que él la adorara toda la vida.

    Cuando vi la serie y busqué el concepto en la mitología, me acordé de ti. A lo mejor nunca fuiste un ser humano, siempre fuiste una Leanán Sidhe y te mantienes alejada por mi seguridad, porque no quieres que muera intensamente joven.

    En realidad, hasta hace algunos meses creía que se necesitaba una distancia espiritual para que las cartas existan. Sin embargo, en estos días en donde hablamos casi todo el día me sorprende colgar y tener aún deseos de escribirte. Hablamos hace veinte años, solo hemos tenido una pausa de siete por motivos evidentes. Nunca nos hemos agotado.

    El agotamiento llegará algún día, tarde que temprano. No hoy, no mañana, tal vez le tome cincuenta años pero llegará; sin embargo, creo que si escribimos lo que sentimos, o si hablamos, si nos damos una oportunidad de comunicación, seguramente tendrá remedio.



Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Supuse que encontraría hoy aquella otra carta, mucho más gris, mucho más dolorosa... No es que aquella no posea su propia belleza, simplemente me resultó demasiado, pero de ella, hablaremos luego, tú y yo.
Ojalá pudiera yo limpiarte esas heridas que tienes en el alma, como si se tratase de una herida en tu piel. Daría tanto, ¡Tanto! Por acomodar tu cabeza sobre mis piernas y tratar tus dolencias emocionales como si de una fiebre se tratara. Y no es que te quiera sufriendo de enfermedades, es que al menos así, tendría idea de cómo tratarte. No quiero ser un ente que te adora sin tocarte, no quiero ser un recuerdo borroso, ¿Hueles mi desesperación?
Lo intentamos y no pudimos, la vida nos pone en este mismo punto una y otra vez, cómo intentando decirnos algo. Ya tomamos más de una vez el otro camino, pero aquí estamos de regreso, rotos, agotados y temerosos de ese otro tipo de agotamiento que, desde donde lo veo hoy, podría o no podría llegar.
Un vez que la brasa del cigarro prende, rara vez se apaga, hasta que el cigarro se consume completo . ¿Quién te dijo que aquel cigarro que me prendiste éramos nosotros y no nuestras vidas?