Carta a una novelista.

 

Es curioso que sea precisamente la literatura la única pasión que podamos compartir en este instante, y que tu libro sea un síntoma de esa triste impotencia. Tal vez por eso me siento tan comprometido con tu trabajo; es un modo de recordar nuestra enfermedad común, la pasión olvidada que un día lo fue todo para los dos, el fuego descontrolado de tu amor por mí, tu nostalgia por ese infierno de celos, angustia, sangre y masoquismo que nunca logramos conjurar; quiero robarte todo eso y hacerlo mío. A mí la depresión me dejó seco en lo esencial, pero leerte hizo que por un instante me sintiera vivo otra vez. ¡Cuánto te amaba y cuanto te odiaba al mismo tiempo! Siento nostalgia de nuestras antiguas cartas, enfermizas, extensas, ridículas y apasionadas en donde al menos yo no decía nada en veinte páginas, y aun así tú le atribuías belleza a mis palabras. Si el mundo fuese una carrera justa y nos hubiese puesto de igual a igual, sin hijos, sin distracciones, sin ataduras, tú tenías muchísimo más derecho que yo a declararte escritora. Nunca lo hiciste. Me aterra pensar que a lo mejor no querías opacarme; tú reservabas el fuego para nuestras cartas, y en vez de sentirte satisfecha de tu habilidad me dabas un empujón para que yo diera un paso al frente. ¡¡Si tan solo lo hubieses querido! En cada momento de mi vida he pensado en eso. Me hubiese gustado que mi vida fuese tuya, y que cada persona que creyó en mí te hubiese conocido en mi lugar. Ahora mismo, estoy seguro, serías una estrella inalcanzable. Toda la energía que yo desperdicié tú la habrías aprovechado mejor.

    Eras mucho mejor que yo. Aún lo eres. Un bosquejo apasionado tuyo tal vez tenga más mérito que todos mis libros. Cuando leíste mi última novela te quejaste de la ausencia de fuego. Yo estoy seco y tal vez no tenga nada que ofrecer; vendí mi fuego hace muchos años. Tú rebosas en fuego y lo único que te falta es técnica, lo que a veces simplemente es un asunto accesorio. Eres un fuego opacado por la claustrofobia y bastará abrir una ventana para que explotes. Aún estás viva. Sé que la llama aún existe. Sin embargo, esa llama no es el erotismo. El fuego al que me refiero no es el sexo.

    El fuego es la sutileza y el abismo detrás de las palabras. En eso, éramos mucho más que un par de adolescentes hambrientos. El fuego eran nuestros sueños y nuestro deseo de conquistarlos. El fuego era el abismo que nos separaba y nuestra convicción de doblegar al mundo. Estábamos juntos; todo podíamos lograrlo. El sexo por el sexo en gente como los dos era una frivolidad. En cambio, el sexo como síntoma del deseo de poder es un incendio incontrolable. Recuerda eso. Tú y yo éramos invisibles. Nos deseábamos porque deseábamos al mundo. ¿Recuerdas tu antiguo nombre de usuario? Te hacías llamar “L’amant du monde” la amante del mundo. Por eso la primera vez que te vi sentí las pisadas de un animal enorme.

    Un abismo y al mismo tiempo, algo inalcanzable..

    Nuestra gran dolencia espiritual es que ya no somos inocentes. Y eso ya no tiene remedio. Escribiendo revivimos pedazos de esa inocencia, pero no son más que bocanas de aire para un cadáver. Y aunque el fuego arda más intensamente incinerando la inocencia, el fuego no es la inocencia perdida. Recuerda que éramos jóvenes, pero ya entonces estábamos rotos.    

    Y tal vez nunca tuvimos el derecho a ser inocentes.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Por un par de días, te supuse un descarado, ahora supongo que ello tiene más que ver con lo que yo sé, que con lo que te atreves a decir.
Tu autopercepción siempre ha sido extraña: podrías comerte al mundo cuando te refieres a cualquiera que creas un imbécil, y otras veces, te dices muy poca cosa cuando te comparas con cualquiera por quién sientas un poco de afecto o respeto. Supongo que te pasa conmigo... Si bien es cierto que en tu carta jamás admites sentir hoy amor por mí, también es cierto que admites extrañar aquello que alguna vez sentimos el uno por el otro.
Debo decir que te equivocas, no perdiste tu fuego, en ese sentido, creo conocerte mejor de lo que te conoces a ti mismo. Nunca te ha gustado que te digan qué hacer, ni cuando... ese es tu error al escribir. Se volvió una tarea, una obligación y, una a vez que te sientes obligado a cualquier cosa, pierdes el interés. Siempre fuiste hábil con las palabras, siempre fuiste capaz de acariciarme el alma con cada una de esas cartas que tú crees que no decían nada, de la misma forma que lo haces ahora. Te subestimas y, eso no me gusta, de cierta forma, eso te ha saboteado. Hoy, para mí, escribir eso a lo que tú, con tanto descuido llamas trabajo, no es más que el abrir una válvula de escapa que tú, con tu regreso, me recordaste que estaba ahí, fue en cierto punto la diferencia entre perderlo todo y resistir un poco más. Yo soy caótica y destructiva en todo sentido, tú, en cambio, eres capaz de crear belleza a partir de las cosas más simples, eres capaz de crear mundos alternos y en eso, sí que somos distintos