Contra mi propio ateismo (parte II)

 Moon, Sun And Moon, Stone, Icon Images, Face, Mystical

En la nota anterior aclaré que mi mayor protesta contra la religión no era contra sus dogmas, sino específicamente contra el pensamiento religioso. Pero incluso esa misma desviación de culpa puede llevarse a las ideologías u otras pasiones humanas; tanto —es mi suposición— entrecruza en el alma humana el pensamiento religioso.

Pero en realidad me desvío y toco temas que no puedo cubrir en profundidad. Mi punto de partida es cierta arrogancia Erasmiana; esto es un blog y yo soy inevitablemente pretencioso cuando escribo. Sin embargo, por eso mismo reclamo para mí toda la libertad del mundo; espero que el amable lector entienda esta nota como producto de un tipo ignorante hablando de cosas que simplemente lo superan.

Para empezar, me gustaría dibujar una línea en el suelo y decir “Aquí empieza el pensamiento religioso y aquí la espiritualidad; una es buena y la otra mala” pero sería una tontería. Si volvemos a la espiritualidad y al pensamiento religioso antagónicos, encontraremos muchísimas dificultades lógicas en la comprensión del comportamiento colectivo. En primer lugar, aunque algo del pensamiento religioso pueda entenderse como resultado de la conceptualización de necesidades biológicas con milenios de evolución social, otros aspectos pueden resultar completamente arbitrarios. Por ejemplo; pienso en los rituales funerarios y el pensamiento mágico alrededor de los cadáveres. Cuando murió mi abuelo, sentí como natural el deseo de persistencia de la individualidad, sentí como entendible que deseemos la existencia de otro mundo donde aquellos que amamos sean recompensados por sus sacrificios. El otro mundo, el mundo platónico me resultó una arbitrariedad del consuelo. Sin embargo, ¿Esta explicación personal puede desechar por completo la complejidad de la metafísica? Otras formas de la espiritualidad, como la perplejidad espiritual y el pensamiento cósmico científico (este es un concepto de Einstein) de algunos individuos que logran, a cierto nivel de desarrollo intelectual, comprenderse como sujetos finitos y aceptar un papel en una construcción donde la individualidad e incluso la colectividad no importan, siempre me ha inquietado y conmovido. Simplificando el asunto, pensemos en una vieja metáfora confiable y simple de la que abusan algunos youtubers; un estremecimiento espiritual surgió cuando el simio del que venimos observó las estrellas, ¿Hay paralelo biológico en otras especies? La naturaleza nunca buscó ni necesitó la inteligencia, y esto se agudiza cuando hablamos de la religiosidad. Este simio vio en esa mirada un papel en una obra mucho más grande que él (un papel humilde pero reconfortante) y de ese papel extrajo un rito, un mito y una forma de socializar con sus iguales. Descendientes de aquel primer simio consciente, somos huérfanos de nuestra perplejidad espiritual. De ahí proviene seguramente toda nuestra sed por lo infinito.

¿Qué necesitamos entonces para establecer una línea divisoria en el pensamiento religioso y el resto de nuestras conductas? En mi nota anterior establecí un criterio algo apresurado; símbolos, proyecciones y elementos sagrados. Es un criterio corto, pero quiero usarlo como punto de partida; si una doctrina posee símbolos en común, proyecta deseos colectivos hacia el futuro y comparte elementos sagrados posee probablemente un comportamiento religioso.

¿Y qué es entonces la espiritualidad? Es un estoicismo universal, fundamentado en la plena consciencia del papel del hombre, y del papel del individuo, en un orden superior. Mientras el pensamiento religioso tiene una enorme flecha apuntando al individuo y a su comunidad, la espiritualidad obliga a la individualidad a reconocerse como parte de un todo. La flecha de la espiritualidad va del exterior al interior. La flecha del pensamiento religioso va del interior al exterior. El pensamiento religioso no es más que otro factor de cohesión social, un fundamento de unificación colectiva que nos ayuda en la ceguera a sentirnos especiales, a entender una parábola de lo que no entendemos con los ojos cerrados, mientras que la espiritualidad es una forma de perplejidad estética y no tiene ninguna utilidad biologista. Es por tanto un asunto del individuo consigo mismo.

Una religiosidad que va del individuo al exterior, proyectándolo hacia afuera nos es más que egolatría chauvinista y narcisismo. Por eso, creo que todos los creyentes proyectan en Dios su propia naturaleza. Es como si vivieran presa de un deslumbramiento misterioso. Es como si invirtiéramos esa frase de “Dios nos hizo a su imagen y semejanza” pues a través de la religión, y de lo que creemos es Dios, nos proyectamos en el universo; queremos confirmar afuera nuestras intuiciones internas, y todo lo no acorde a ellas es demonizado o ignorado. Dios en este caso puede ser tan minúsculo e insignificante como queramos que sea. Esta idea me recordó a cierta frase del paganismo “Hay un Dios en cada uno de nosotros”.

Con los años, me he desinteresado por una búsqueda por la verdad. Ya no me interesa la verdad y mucho menos la realidad. Quiero relatos, y creo que lo mejor que puedo acercarme a la realidad (cualquiera que sea su naturaleza) es entendiendo la mayor cantidad de relatos posibles. De existir la realidad, no es más que un entretejido de versiones y observadores llenos de prejuicios y omisiones. Por ello ya no me importa la existencia o inexistencia de Dios; para mí todos los dioses son reales y verdaderos al mismo tiempo, superpuestos y interconectados entre sí.

Sé que mi actitud puede resultar bastante cínica, pero yo la entiendo en clave espiritual. Hay debates bastante interesantes dentro de la física y la filosofía que hace mucho desecharon al ateísmo como un fundamento ontológico precisamente por su inflexibilidad. ¿Existe Dios? ¿Es pertinente la aseveración negativa o positiva? El concepto de “ajuste fino” asevera que hay una elección de parámetros obstinadamente precisa para que el universo tenga sentido. Esa posibilidad de huella de un creador no me convence. Si un día descubrimos que hay universos infinitos con distintas variantes de aquellas constantes fundamentales, es natural que solo exista un ente pensante desde las coordenadas correctas. En realidad, sabemos muy poco del universo. Ya que todos tenemos un dios dentro de nosotros y lo llamamos como se nos da la gana (Alá, Jehová, universo, constantes universales) Yo tengo también uno, muy cercano al de Spinoza. En cierto sentido, esta discusión ha sido como revivir el debate del empirismo vs racionalistas, y por tanto exaltar el cientificismo (lo objetivo, medible y cuantificable) sobre lo metafísico (o aquello que puede entenderse a través de la razón o la fe) también posee su grado de ingenuidad.

Yo estoy con los empiristas y creo que, de existir Dios, es más factible buscarlo afuera que adentro. En que la luna y el sol estén a una relación 400/1 entre distancia y perspectiva siempre he entendido un mensaje divino. La mente humana es falible y los dogmas son cárceles. La razón humana tiene serios problemas de perspectiva y de no ser por las matemáticas, estaríamos dando vueltas en paradigmas sin sentido. La huella digital de un creador debe existir en la naturaleza.

Comentarios