Contra mi viejo ateísmo (parte I)

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I

¿Qué hace que un fenómeno exista socialmente? En lo que respecta estrictamente a las creencias humanas, ¿Es posible decir que algo existe o no existe?
    Hace algunos días vi un video de Juan Ramón Rallo donde comparaba al comunismo con el terraplanismo. De hecho, en una estrategia más picaresca que efectiva, Rallo se propuso utilizar una IA para sostener una conversación sobre economía y preguntarle, esperando aparentemente de ella una opinión objetiva, que coincidiera con él en su criterio sobre el comunismo.
    La IA, naturalmente, no se mojó, cosa que bastó para que el buen Rallo subestimara su integridad intelectual. En realidad, no tenía por qué hacerlo pues la existencia o no del comunismo pese a los argumentos históricos inmediatos que podamos ofrecer a su favor o en su contra no implican necesariamente su imposibilidad como proyección. Si somos ideológicamente hostiles podríamos alegar su fracaso práctico o sus errores teóricos o si quiera su imposibilidad política, pero nada de todo eso implica en lo absoluto su inexistencia; no hay forma de desaparecer la convicción comunista de un grupo de individuos alegando objetividad. Pero en este punto Rallo nos plantea una trampa.  Es una falsa equivalencia poner al comunismo junto al terraplanismo porque uno es un modelo proyectado a futuro de la sociedad mientras que el otro pretende ser una verdad objetiva de la naturaleza física del planeta. Rallo seguramente sabe eso, pero la suya, lo acepte o no, también es una convicción.
    ¿Es posible entonces una certeza objetiva sobre una creencia? Yo creería que no. O peor aún; ni siquiera es relevante una posición objetiva sobre una creencia porque en lo proyectado hacia el futuro, en el deseo, solo es posible confrontar una creencia con otra creencia.
    Hace un par de años leí de Thomas Luckmann que al menos en el campo de la sociología, no es necesario que “algo” exista para que tenga efectos tangibles en la realidad. Esto es demostrable fácilmente; no necesitamos que Dios exista para medir sus efectos en la historia humana pues en la disputa lo tangible—la evidencia—nunca ha estado en discusión. Las verdades de la fe se confrontan de igual a igual, en dialécticas semejantes que en vez de anularse se complementan a través de la contradicción. Esto podría parecer dialéctico, pero en realidad es un comportamiento tribal; la militancia ateísta por lo tanto pierde el tiempo, o peor aún, lo desperdicia; en el mejor de los casos, sino es una tarea inútil termina fácilmente convertida en una religión civil.
    Ese interesante término “religión civil” es algo nuevo para mí y no me he documentado suficiente sobre él, pero hasta donde entiendo a través de lecturas referenciales—el desarrollo teórico se debe a un americano llamado Robert Neelly Bellah que no ha sido traducido al español—el laicismo puede construirse como una religión que se contrapone al cristianismo a través de comportamientos seudodialécticos. Ello porque incluso el pensamiento laico es proclive a “religionizarse”. Es decir, se arma de convicciones y proyecciones a futuro que no aceptan contradicción y por ello entran al debate de creencia vs creencia con la misma visceralidad. Algo parecido pasa con el comunismo, y con Rallo, cuyas convicciones tampoco son lo suficientemente flexibles como para librarse de la fe.
    Sobre el tema religión civil tengo muchas preguntas que confrontar aún con el texto de Neelly Bellah, ¿Se arma la religión civil dirigida políticamente a través de sus símbolos como contestación al cristianismo o simplemente usa las rutas más eficientes de ideologización colectiva? ¿Desaparece entonces la frontera entre ideología y religión? Digamos, más allá del contexto norteamericano, que la idea de religión civil parece útil para ver la confrontación liberalismo/conservadurismo no como la confrontación de la ilustración vs la oscuridad y el atraso religioso o cualquier otro criterio subido en un pedestal moral, sino como el choque entre dos modelos de fe constituidos en igualdad de condiciones con símbolos, proyecciones y elementos sagrados. Lo interesante de esta perspectiva es que ayuda a distanciarnos de nuestras propias convicciones, alienándolas a la misma altura de cualquier otra religión/ideología.
    Y es que pareciera que muchas dolencias de la fe no son inherentes al cristianismo si no al comportamiento religioso de los seres humanos. Toda mi vida le he reprochado varios defectos a la religión y ahora esos defectos, en ciertas doctrinas muy populares hoy en día, pueden ser perfectamente laicos: el feminismo, la cultura woke, el ambientalismo, el nacionalismo, el marxismo, el liberalismo y el libertarianismo hoy pueden funcionar perfectamente como convicciones religiosas.
    Sin embargo, que estas filosofías/ideologías/luchas tengan comportamientos religiosos, no las anula ni las hace despreciables; lo único implícito es que son proclives a errores que ya antes cometió al cristianismo. Errores que, ya que pueden ser perfectamente laicos, no afectan como tal la solidez o validez de sus doctrinas, sino que implican un defecto en el comportamiento religioso de la humanidad.
    Es muy posible que estos defectos fuesen en algún momento inherentes al cristianismo y por ello se trasladaran a la cultura. Pero hoy hacen parte tan profundamente del alma occidental que es absurdo buscar culpables. Simplemente somos lo que somos. 

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