Sobre el suicidio y otros consuelos.

 


Me he sentido terriblemente disperso en los últimos días. He leído muy poco y prácticamente no he escrito nada. He sido por muchas horas y muchos días un conjunto de trozos de vidrio tirados en un suelo polvoroso, inertes y vacíos como botellas rotas, pero sobre todo incapaces de levantarse.

¿No te ha parecido extraño compartir una correspondencia de manera pública? En estos días en los que una famosa infidelidad se convirtió en una horrible canción de la que todo el mundo hablaba, recordé ciertos apuntes sobre la sociedad del espectáculo de Guy Debord, pero en ningún momento pensé que, a una escala minúscula y casi atómica, también estaba haciendo una conversación pública con alguien que por ahora usa una máscara. Somos anacrónicos, pero aun así (por voluntad mía) tratamos a nuestra manera de hacer de nuestra conversación un espectáculo. Siempre me he negado ha participar en la sociedad del espectáculo, en mostrarme para ser reconocido como alguien, en renunciar a la comodidad del anonimato y sobrevivir a la carnicería del pensamiento colectivo, pero el sentimiento dominante de la escritura y de la creación, al menos en esta época, sigue siendo el exhibicionismo emocional. Mostrar es hoy más importante que ser y sin mostrar, a lo mejor es imposible sentir.

¿Existió aquel viejo caos emocional cuando nos conocimos? Si nadie puede dar fe de él, ¿Existió realmente? Nosotros mismos, a lo mejor, queremos escribirlo para validarlo; queremos validar así algo que nos corrompió durante muchos años. Si el mundo acepta nuestras ficciones, a lo mejor no estamos locos y todo lo ocurrido no fue consecuencia de nuestra enfermedad común.   

Te he arrastrado a esta conversación por muchos motivos que ya te he expuesto. Tú aspiras a otro tipo de relación conmigo, pero yo estoy tratando de reconstruirme y te he puesto, bajo mis términos, a repetir un ejercicio de cuando nos conocimos; aquellos días en donde era imposible hablar todo el tiempo por teléfono y la forma más fácil de contarlo todo era escribir. A mi modo también procuro sacarte de tu propio agujero (eso no evita que mis motivos sean bastante egoístas) pero creo que algo de tu viejo tú está escondido detrás de todo lo que todavía no has dicho. Tu última carta me mostró algo de tu sensación de fracaso. Tu relación con el amor me resultó lamentable y la sentí como una forma pasiva de sometimiento. ¿Amor es no mentir y aceptarnos tal y como somos cuando estamos solos? ¡Que tontería! Me sorprende que pensando así llegaras con una vida romántica activa hasta los 34 años. El amor es evolución, un moldeamiento a otro y un acuerdo; cambiamos porque amamos, cambiamos porque deseamos, legítimamente, hacer feliz a otro. Porque cuando amamos ya no estamos solos. Este cambio, este mejor ser, no es una mentira sino un propósito. Si un hombre o una mujer aman, no llegan a imponer sus malos hábitos de la soledad y su egoísmo natural a otro. Ambos cambian para funcionar. Somos mejores porque amamos. Ese es el verdadero significado de lo que yo entiendo como amor.

El proceso sin embargo es bastante lento y no es algo que ocurra de la noche a la mañana. Las exigencias sobran o son contraproducentes. Quien ama cambia por voluntad propia o simplemente no lo hace, es su elección. En nuestra última discusión, sin duda, yo estaba muy equivocado. A lo mejor es cosa de mi soledad y mi desesperación. He estado agotado y veo abismos en los vasos vacíos. Exagero y caigo fácilmente en la pereza mental. Soy una persona difícil, ambos lo somos, y es agotador preocuparnos el uno por el otro porque nuestra necedad es legendaria. He tratado de despertar y desentumecerme, de pensar en cosas mejores y permitirme algo de optimismo. He retomado el libro de Al Álvarez como quien retoma el trabajo de una cantera. Creo que diciembre y la soledad me jugaron malas pasadas, el excesivo tiempo libre me afectó y la empatía por Sylvia tocó viejas heridas.

Sé que suena a excusa, pero tiempo perdido está invertido en una pregunta, ¿Qué es el suicidio? Esto es, debido al Suicidio y otros consuelos, libro cuyo bosquejo ya te mostré.  Llevo varado un mes y no encuentro respuesta más allá de mis viejos delirios morales que no sirven para nada. Busco una respuesta para mí, una respuesta comunicable; cuando escribo un libro, para hacerlo, como fuego interno de la obra, uso mi necesidad de responderme una pregunta y curar algo. Conoces muy bien por qué el suicidio es una herida abierta y por qué es tan fácil lastimarme con él. Como incluso soy fácilmente manipulable. Mi hermana Isis, cuando era bebé, vivía aterrada de la gente que cerraba los ojos, y si ella estaba despierta era imposible dormir si ella estaba presente. ¿sentía ella un instintivo terror a la muerte? ¿Sin la mirada activa, sin aquellos ojos vivos que la observaban, sentía que sus queridos éramos objetos huecos y muertos? Mis reacciones me recuerdan un poco a su miedo infantil, pero también recuerdo un viejo sueño relacionado con una de mis antiguas amigas suicidas, que tras una sobredosis y una carta de suicidio que nunca pude leer pasó tres días en coma antes de morir.

Algunos meses después, su hermana menor me contó; la última noche soñó con su hermana suicida. Toda la familia tenía esperanzas de que sobreviviera. En el sueño, ambas estaban en una finca familiar donde habían pasado muchos momentos de infancia. La hermana se bañaba en un río cercano a la casa y escuchó a lo lejos la voz de su madre, llamándolas. Ella intentó salir del río y vio a mi amiga entrarse más y más en el agua, desoyendo la voz de la madre, ella le repitió que las llamaban, que ya era hora de salir. Nadó hasta ella y tocó su hombro.  Mi amiga volteó; tenía dos agujeros oscuros en los ojos, ignoró su llamado y se sumergió en el agua.

Ese sueño, misteriosamente, se parece muchísimo a un cuento mío, que escribí un par de años antes de la muerte de mi amiga. Ella lo leyó, y me felicitó tras esa lectura. “Por fin puedo tratarte como un escritor—me dijo—por fin tienes algo que mostrar”.

Entonces entendí que no iba a regresar—me dijo su hermana, tras narrarme su sueño. No me sorprendió la noticia de su muerte al día siguiente.

 

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Irónicamente, ayer quité lo público a mi parte de la historia. No en tono de reproche, si no en tono de lamento, de resignación. Sé que esto te parece de mal gusto y sé que prometí cosas. Que no puedas ver si las cumplo, no implica que no lo haga.