Esta lectura superficial puede ser completamente errónea a la hora de hablar de salud mental—es probable que no haya un escritor (o incluso un lector) del todo cuerdo—pero es bastante útil en el artificio de credibilidad que implica la literatura. ¿Quieres renunciar a la belleza? Utiliza el fluir de la consciencia y olvídate de la gramática o de las comas de las intersecciones lógicas o los párrafos y tus influencias literarias—tal vez solo Joyce y tal vez Rulfo te sean útiles— renunciainclusoalosespaciosentrelaspalabrasyalaconcordanciaverbalperosobretodorenunciaatimism0ypermitetedesaparecerenmediodelaaterradoraoscuridaddealgoquenopuedescontrolarytedesborda. Renuncia a ti mismo. El vacío te está devorando por dentro. Renuncia a tus pretensiones. La historia está frente a ti y te enceguece y te llena de pavor y de miedo, y si no la cuentas, si no explotas, morirás, morirás en la vida real—no en las páginas—morirás y eso te llena de terror. Tú no deseas la muerte, en realidad la temes. Convéncete también de eso.
Pero en realidad, quería hablar de otra cosa; no de la locura, sino del fantasma de la racionalidad. A lo mejor los libros son el último lugar en donde en pleno siglo XXI alguien se cree a si mismo absolutamente racional y se toma en serio ciertas normas secretas de la lógica, cosa superflua y artificial pues todos sabemos que el escritor es un loco desesperado por pasar desapercibido, tan desesperado que puede escribir diez mil páginas demostrándonos su dominio de la coherencia. Y seguramente gracias a los escritores y la popularidad de la novela desde el siglo XVI la gente se ha convenció a sí misma de cierta ficción de coherencia en el mundo que se delata fraudulenta cuando el escritor descubre en la realidad algo tan absurdo que resulta inverosímil al escribirlo. Si la pura y dura realidad no es lo suficientemente convincente en la ficción, ¿No significa eso que nos hemos apropiado de una falsa percepción de lo que consideramos creíble? Y esa falsedad proviene de las novelas, entonces a lo mejor todo el pensamiento occidental está contaminado de ficcionitis. Después de todo, construimos nuestro “instinto” de verosimilitud a través de las ficciones que consumimos, y consumir cosas malas tiene el poder de dañar nuestra mente. A lo mejor es la ficción la que construyó la lógica y no al revés; si lo piensas detenidamente, darle a un individuo el poder de separar lo verosímil de lo ficticio parece peligroso. Es casi como permitirle ocultarnos trozos del mundo. Un escritor pudo decidir—por ejemplo—que África y los leones son cosa de la ficción, y así ocultárnoslos para siempre. O a lo mejor la tierra es plana y nos gobiernan los reptilianos y Elvis era Piegrande, ¿Lo viste alguna vez sin zapatos? ¿tienes pruebas irrefutables de su condición humana?
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