Sobre la locura.

 


Uno de los problemas metodológicos más complicados del escritor es esa convicción, intrínseca en el simple acto de escribir, de ser absolutamente racional, incluso en los momentos en los que el escritor alega o quiere convencernos de su locura. Incluso cuando el narrador se declara loco, alucina o miente, la sola estructura narrativa y la intención estética nos vuelve escépticos a sus palabras; al menos yo, que suelo ser bastante crédulo a la hora de leer, nunca logro creerle la locura a Poe, a Lovecraft o a Sábato, a Spencer, Lorca o Erasmo cuando dicen estar locos. En el mejor de los casos el loco es un cínico o un estoico—adivinamos en él cierta sabiduría secreta, que no es otra cosa que la del escritor, incapaz de renunciar del todo a sí mismo—nunca un verdadero loco. ¿Quieres convencerme de tu locura? ¡Renuncia entonces a la lógica y a la belleza del lenguaje! Los locos bien pueden querer contarme una historia, una historia que puede ser más compleja y enrevesada que la mejor novela literaria jamás creada, pero esa complejidad por definición desborda a la estructura o a la estética del lenguaje. Si tu compromiso sigue siendo la narración, la belleza, has perdido, pues esa sola intención delata tu racionalidad, y por lo tanto tu artificio.

         Esta lectura superficial puede ser completamente errónea a la hora de hablar de salud mental—es probable que no haya un escritor (o incluso un lector) del todo cuerdo—pero es bastante útil en el artificio de credibilidad que implica la literatura. ¿Quieres renunciar a la belleza? Utiliza el fluir de la consciencia y olvídate de la gramática o de las comas de las intersecciones lógicas o los párrafos y tus influencias literarias—tal vez solo Joyce y tal vez Rulfo te sean útiles— renunciainclusoalosespaciosentrelaspalabrasyalaconcordanciaverbalperosobretodorenunciaatimism0ypermitetedesaparecerenmediodelaaterradoraoscuridaddealgoquenopuedescontrolarytedesborda. Renuncia a ti mismo. El vacío te está devorando por dentro. Renuncia a tus pretensiones. La historia está frente a ti y te enceguece y te llena de pavor y de miedo, y si no la cuentas, si no explotas, morirás, morirás en la vida real—no en las páginas—morirás y eso te llena de terror. Tú no deseas la muerte, en realidad la temes. Convéncete también de eso.

Pero en realidad, quería hablar de otra cosa; no de la locura, sino del fantasma de la racionalidad. A lo mejor los libros son el último lugar en donde en pleno siglo XXI alguien se cree a si mismo absolutamente racional y se toma en serio ciertas normas secretas de la lógica, cosa superflua y artificial pues todos sabemos que el escritor es un loco desesperado por pasar desapercibido, tan desesperado que puede escribir diez mil páginas demostrándonos su dominio de la coherencia. Y seguramente gracias a los escritores y la popularidad de la novela desde el siglo XVI la gente se ha convenció a sí misma de cierta ficción de coherencia en el mundo que se delata fraudulenta cuando el escritor descubre en la realidad algo tan absurdo que resulta inverosímil al escribirlo. Si la pura y dura realidad no es lo suficientemente convincente en la ficción, ¿No significa eso que nos hemos apropiado de una falsa percepción de lo que consideramos creíble? Y esa falsedad proviene de las novelas, entonces a lo mejor todo el pensamiento occidental está contaminado de ficcionitis. Después de todo, construimos nuestro “instinto” de verosimilitud a través de las ficciones que consumimos, y consumir cosas malas tiene el poder de dañar nuestra mente. A lo mejor es la ficción la que construyó la lógica y no al revés; si lo piensas detenidamente, darle a un individuo el poder de separar lo verosímil de lo ficticio parece peligroso. Es casi como permitirle ocultarnos trozos del mundo. Un escritor pudo decidir—por ejemplo—que África y los leones son cosa de la ficción, y así ocultárnoslos para siempre. O a lo mejor la tierra es plana y nos gobiernan los reptilianos y Elvis era Piegrande, ¿Lo viste alguna vez sin zapatos? ¿tienes pruebas irrefutables de su condición humana?  

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