Pensando en un libro por venir (parte 1)


 



    Lo más interesante del tabú es su incompletud. El motivo es que, aunque ninguno de nuestros deseos sobre el mundo puede saciar su apetito de absoluto, estamos condenados a desear la eternidad. Y sin embargo todo decae, todo mengua. Y si estamos condenados a esta específica insatisfacción, ¿Por qué nuestro corazón es incapaz de comprender sus límites? El tabú reconoce sus limitaciones y por alguna oscura rebeldía interior a veces las erotiza; pese a su condición de limitación estética, moral o social, la insaciabilidad del deseo suele emprender una cruzada contra el tabú como método de poder. El tabú en el deseo es similar a los muros que en vez de encerrarnos contienen para nosotros al mundo exterior. (¿O es al revés? Es cuestión de perspectiva; hay tras los muros toda una simbología relacionada con la civilización en contradicción y codependencia con la libertad. Esta misma relación puede encontrarse entre el deseo y el tabú) por otro lado, creo que un libro que quiera hablar del suicidio solo tiene dos salidas posibles; condenarlo o exaltarlo. Ambas son salidas engañosas y probablemente falsas (ambas dependen simbólicamente del tabú) y generan, a la larga, una insoportable anquilosamiento moral.
    Llevo muchos años pensando en Daniel. Tiene 19 años, es un muchacho inteligente y talentoso, muy sensible para la música, capaz si lo desea de pasearse por todos los instrumentos de una orquesta.  En la historia que escribo para él, se ahorcará muy pronto colgándose de una viga de su casa. ¿Por qué? Él supone que lo hace por amor, pero yo creo que se equivoca. Probablemente él no comprenda el significado de su acto, pero al mismo tiempo, ¿no es pomposo, arrogante y despiadado suponer que lo entiendo yo? Aquí el terreno se vuelve pantanoso y siento  la punta de mis dedos acariciando una herida mal cicatrizada. Daniel no existe,  es un símbolo de alguien, pero su rostro es el de uno de mis mejores amigos, también es una exnovia que quisiera olvidar y la sonrisa melancólica de un antiguo amor platónico, también es parte de mí mismo y de seres que he amado, de seres que amaré y de personas que aún no existen. Esa convicción me produce vértigo, un vértigo terrible; construir a Daniel implica una amputación y darle rostro a un demonio que secretamente nos persigue a todos. Daniel es la encarnación de la fijación estética de mi generación con la muerte.  Daniel soy yo. Daniel (ojalá que no) quizás seas tú en el futuro.
    Así que Daniel al suicidarse terminará enfrentando un montón de cargas que no le pertenecen. Su suicidio podrá ser frívolo para él pero no para mi, y, ¿qué quiero decir yo con su historia? Quien pretende escribir este libro le tiene  muchísimo miedo al suicidio. Ya no teme como antes su propia muerte y el dolor vinculado, sino a la muerte de los suyos. Es decir, teme a la soledad tras una despedida definitiva, a la incomunicación que puede significar una decisión semejante.  El caso es que si no quiero romantizar el suicidio, tendré que pisar con cuidado. Peor aún; quisiera denunciar precisamente la visión romántica del suicidio, denunciarla por superflua, pero eso implica, al mismo tiempo, acudir a convicciones que no tengo. Y si algo exige escribir un libro es precisamente no ser hipócrita.
    Y a lo mejor, este libro hace parte de esa romantización. No puede evitarlo.
    Con los años tengo la certeza de que simplemente no podemos prohibirle nada a nadie. La creación constante de tabús aun así resulta socialmente inevitable, y por ello me parece de  interés literario. ¿Puede existir una sociedad sin prohibiciones? En mi criterio hay una prohibición social elemental, tan esencial que lo trasciende todo y es el tabú del incesto; tan elemental resulta que cruza las fronteras culturales y entra en territorio de la biología. Ya que no somos el único ser vivo con esa prohibición. ¿podemos unir el tabú del incesto a algún otro? Pensemos, por ejemplo, en Edipo. El incesto en él está vinculado por la profecía en dos crímenes igual de aberrantes, el incesto y el parricidio. Daniel es huérfano, no tiene un padre al que matar. Tampoco tiene interés en el incesto, y su crimen está en contra de sí mismo. Sin embargo, en relación con el incesto, hay algo que me interesa y es la comparación entre la permisividad del incesto entre los dioses y la condición destructiva que tiene en las sociedades humanas. He encontrado una entrada de blog que me ha hecho consciente de esta diferenciación. ¿por qué la mortalidad o divinidad crean una relación tan distintiva frente al mismo crimen? El blog lo responde de una manera muy sencilla; mientras que el incesto divino genera actividad social, dioses nuevos que expanden la divinidad, el incesto de la humanidad representa su descomposición.
El tabú, por tanto nos muestra su utilidad social; construimos tabús en tanto concluimos que algo afectará al colectivo.
    ¿Por qué el tabú del suicidio no es tan poderoso como el tabú del incesto? Es, además, un asunto de relativa modernidad; suicidarse por honor, por convicción o por asuntos religiosos era bien visto unos tres o cuatro siglos atrás. El repudio del suicidio viene bastante emparentado con el desarrollo de la modernidad y la exaltación de la individualidad. Ello porque la visión romántica de la individualidad exaltó al suicidio como una postura válida frente a la presión social. El romanticismo y el suicidio están profundamente vinculados. Desenmarañar ese vínculo será mi campo de trabajo los próximos meses.  
Aquí hay lógicas prematuras que podrían conducir a una trampa. Para entender el conflicto entre romanticismo, tradición (honor) y suicidio acudí a uno de los libros más reveladores que he leído en mi vida; El dios salvaje de Al Alvarez.

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