Metáfora del verdadero mal.

 


 

Pasando un tiempo con mi madre, noto cómo ha cambiado su relación con internet; hace diez u once años no concebía el correo electrónico y memorizar una cuenta digital y una contraseña le resultaba imposible. Hoy parece una hábil navegadora de reeds de Instagram, noticias de facebook y videos de tiktok. He notado hace un instante que el algoritmo de facebook ha identificado lo que parece ser su tipo favorito de video, uno en donde un buen samaritano ramdom de internet es premiado por un extraño que finge necesitar ayuda pero esconde un enorme puñado de billetes para recompensar a las buenas y desinteresadas acciones. El ganador cumple con la humildad y la serenidad cristianas, generalmente confiesa frente a la cámara una vida triste cuya caridad será premiada frente a los testigos silenciosos de internet. Sé muy bien—mi madre seguramente también lo sabe—que ese video es actuado, y sin embargo, ¿qué significa si no el deseo proyectado de que el mundo corresponda los buenos actos y de alguna manera, una jerarquía del bien le dé sentido? Y más que el bien la humildad, la orfandad y el desamparo tengan un alivio, los males de los humanos cesen, sentimientos frente a los que todos parecemos emocionales y sensibles. Supongo que es el viaje del héroe de Campbell mostrando sus dientes secretos en nuestro inconsciente. Hay veces en la que los mitos parecen persuadirnos para obrar bien, una especie de soborno simbólico nos dice que tras cada viajero que nos pide piadosamente refugio podría esconderse Odín y no nos conviene su venganza. O que la Madremonte perseguirá a los hombres infieles que beben hasta muy tarde y frecuentan los prostíbulos. Por eso más vale ser bueno —y sin embargo, dijo Bill Hicks, los no fumadores también se mueren—, porque la voluntad del mundo preserva al bien. Creo que los símbolos es el único lugar donde algo así ocurre, pero subestimar su poder, el poder de las metáforas, sería ingenuo de mi parte. Escuché hace algunos días en un reed la historia de un hombre que recibió un montón de dinero en su cuenta bancaria. Durante varios meses, incluso años, sacó impunemente diez mil dólares y los gastó como pudo, temiendo cada día un castigo. Nada ocurrió y para el banco nunca hubo un problema. Sin embargo su temor se hizo tan grande que incapaz de seguir esperando un castigo se fue a entregar él mismo en la policía por estafa. Un juez sentenció que la responsabilidad era del banco y el tipo en cuestión no tuvo que devolver nada (Dostoievski nos contó una historia similar con una aterradora complejidad moral, con un estudiante nihilista, un hacha y una anciana prestamista) y entonces me pregunto—le pregunto a mi madre—, ¿Qué es entonces el bien? Mi incómoda madre se ríe de mi comentario y me pregunta si finalmente enloquecí, luego continúa su navegación. Las metáforas son el bien. Incluso los dioses son metáforas. A veces me sorprende lo difíciles y distintos que somos mi madre y yo, pero hay cierta esencialidad en donde parecemos idénticos. Compartimos defectos y de algún modo, parecemos perfectos desconocidos el uno frente al otro. Pero yo también necesito creer en un orden metafórico del mundo. Creo que todo el bien que existe depende de las historias que nos contamos unos a otros. Así sean metáforas, ficciones o simples mentiras, el mundo está construido por metáforas. Las metáforas obligaron a un hombre a entregarse a la policía luego de gastar impunemente un dinero que no le pertenecía. Los cínicos sin culpa son el verdadero mal. 

Todo el bien que nos queda, entonces, le pertenece a los cobardes.

Comentarios