Los escritores, prácticamente todos, gustan de esa intromisión espiritual que significa otro dentro de ti, otro en tus secretos, pero hay una habitación en la mansión interior que solo es accesible para el dueño de la casa. Podríamos decir que esa es una interpretación melancólica de la soledad, pero en realidad eso es algo que todos los seres humanos poseen, lo crean o no, incluso tú. Algunos lo llaman su voz interior. Hay lugares dentro de ti a donde nadie diferente a ti puede estar. Ni la hipnosis, ni el amor, ni la maternidad pueden abarcarlo todo. Solo las artes pueden entrar y salir de esa habitación, pero de algún modo lo que ocurre adentro es incomunicable. Las artes son como las siluetas que pueden adivinarse a través de umbral, o desde las pesadas cortinas que cubren las ventanas.
Mi plenitud es estar encerrado en esa habitación. Una canción suena en ese lugar. Esa habitación está fuera del tiempo y fuera del espacio. Esa habitación puede ser, si lo desea, el universo entero, o replegarse en este cuarto y desvanecer la ciudad. Puede estar junto a ti o en cualquier otro sitio. Y puede sangrar en todas partes, en todas las direcciones. Los artistas logran conmovernos porque nos hablan de espacios que tenemos dentro de nosotros, y aunque hablen de sí mismos, su realidad se refleja en nuestras habitaciones interiores.
El arte, a lo mejor, es la única manera que tenemos de entrar a esas habitaciones. Pero esa entrada es engañosa. No entramos en otros, entramos en nosotros mismos. Nadie puede mostrarte nada que no tengas antes en el corazón. Si el mejor Shakespeare te conmueve, es porque hay un Shakespeare dentro de ti.
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Hace casi una semana escribí estas líneas y desde entonces no he escrito nada más. ¿Deseaba contar algo más? No lo recuerdo. Hoy la he releído y he pensado que es una dádiva muy creativa en defensa de mi libertad (sobre todo si me amenazas con la película Misery) En cierto sentido, yo también anhelo desaparecer y escribir y de algún modo renunciar al mundo. La gran guerra de un escritor no es contra el mundo sino contra sí mismo. Mi gran enemigo soy yo. Mi gran enemigo es mi apetito y mi ansiedad, pero he ido aprendiendo a desentenderme del futuro y de sus miedos. Vivo por el arte y mi único terror es fracasar frente a la belleza y caer en la frivolidad. Nací con una estúpida vocación de martirio que seguramente heredé de mi educación cristiana. Últimamente tengo pocos deseos de conversar. Has sido una amiga paciente. He dormido mucho. Tengo pesadillas frecuentes. Este es un momento especial para mí, un momento de ruptura. Algo debe romperse para que algo nuevo nazca.
No sé si recuerdas a Maynard (el vocalista de Tool) verás; su proceso creativo ha influenciado muchísimo en el mío. Recuerdo particularmente una entrevista que le hicieron en el 2011 durante una etapa de estancamiento que duró casi catorce años; Maynard estaba agobiado por un largo proceso jurídico que lo agotó mental y financieramente, y en algunas entrevistas, defendió el valor intrínseco del arte “No escribo para educar, no estoy calificado para ello. Escribo para superar un dolor o un conflicto. Y si tengo éxito en esta forma de arte, no debería ser el mismo que cuando empecé. Si eso ayuda a alguien y es útil para alguien, maravilloso, todas las partes salen ganando” El mismo nombre de la banda (Tool/herramienta) viene de esta idea. Sin embargo, esto no es algo muy literario, o no lo es desde la perspectiva del siglo XX donde los escritores se desesperaron por pertenecer a la clase trabajadora, así que creían que una disciplina de asalariado (escribir ocho horas al día) legitimaría su valor en la sociedad. Sin embargo, la verdadera pelea del escritor es en el teclado, pero antes de ella debe tener algo que decir. Si lo tienes, tiene sentido enloquecer y escribir horas, y horas, y horas…
Ahora mismo
estoy en plan de arrojarme en una celda y perder la llave. Sería agradable tener una adorable carcelera como tú.
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