A mis 36.


 
Es algo lamentable sentirse agotado tan pronto,
tengo treinta y seis. (Falsamente agotado)
Recuerdo el poema de Byron en su cumpleaños
treinta y seis.
Llevo un año pensando
en aquel volcán dormido que él llamó su fuego interior.
Pienso en su ebriedad y su cansancio,
en aquello que amó y devoró como si fuera un carcinoma.
Y también pienso en su soledad,
tan semejante a la mía. Por eso,
tal vez me apropié de
su angustioso deseo de tranquilidad, Y ahora, sin una guerra
a que aferrarme, debo repetirme que su dolor no me pertenece.
 ¿No es injusto el azar? (tonta tautología) Aquellos ansiosos por vivir
Parecen, a veces, prematuramente condenados.
Pero condena y ansiedad siempre van de la mano.
La tranquilidad, la más imposible de todas
 Es saberse ajeno a la verdadera muerte.
(Si a los 36 eres lord Byron, tienes todo el derecho de morirte,
nadie te lo va a reprochar. No ocurre lo mismo
cuando eres Oscar Corzo) Y no hay frutos aún
que sacien tu apetito.
Y sin frutos no hay inmortalidad, por eso
Las piedras se amontonarán junto a la rivera de mi alma
Empujadas por el agua y por el tiempo.
 No hay nadie que trabaje con ellas,
Y yo, tan ocupado en mantenerme a flote,
Apenas y sé que ellas existen.
He pospuesto (por esperanza) un puente, un candelabro
Una máscara, una catedral y una lápida para mi tumba
Que deben cincelarse con los años
Años que solo llegarán
Si me mantengo con vida.
Treinta y seis años no son nada, una cifra romántica
Y superflua como lo fueron los veintisiete.
Un día pensé que serían mi edad definitiva, pero
La esperanza prevaleció. Y
(Para bien o para mal) aquí sigo todavía.
 
 
10/9/23
 

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