Frieren; una metáfora y una excusa para pensar en la inmortalidad.



    He pensado durante varios meses en escribir algo sobre Frieren, pero el verdadero impulso no llegó hasta que Deicidium me mostró una nota escrita por Ziliava. ¿Y qué podría decir yo que no dijeran ya otras personas? Absolutamente nada, salvo hablar un poco de la inmortalidad.

    Ciertamente la serie me dejó conmovido y la disfruté de inicio a fin. No quiero hablar de su argumento, que otros sintetizarán mejor de lo que lo haría yo. Me gustaría enfocarme en la sensación de inmortalidad y de levedad del tiempo que me dejó esa agridulce empatía que me causó Frieren. Su sensibilidad, particularmente, me ha servido como metáfora pues en medio del caos ansioso de la modernidad no hay nada más común que la procrastinación, y la procrastinación es un nombre falso y terrible para la sensación de inmortalidad. No somos la primera ni la última generación que olvida que un día va a morir, que olvida el tiempo limitado que tenemos para experimentar al mundo. Por eso mismo no hay nada más antimoderno que la eternidad; el yo se desvanece con su tiempo, el ahora carece de sentido en una línea infinita de posibilidades circulares y predecibles, forzosamente redundante, pero sabemos que los objetos—las experiencias placenteras—si pueden ser efímeras y que podemos perderlas con facilidad. En los miles de años que existirá  Frieren en el futuro solo existirá un Himmel. Cuando Frieren lo descubre—ella, un ser con mil años encima—termina siendo cercana a nosotros.

    Hasta aquí llegará la calma y comenzará mi ansiedad; aunque la inmortalidad resulte dolorosa, Frieren nos demuestra que es posible guardar en ella una brumosa sensación de calidez. En la ficción hemos imaginado la inmortalidad de muchas formas y todas revelan aspectos terribles y maravillosos de nuestra manera de vivir. Como la metáfora nietzscheana del eterno retorno, la inmortalidad nos ayuda a agotar todas las características del placer, del dolor y el sufrimiento y al desnaturalizarlas, encontrar en ellas un sentido más allá de nosotros mismos que las resignifique. Me he dedicado por eso a pensar en la postergación y en la inmortalidad de los elfos en un lugar como el mundo de Frieren. ¿Qué sentido tienen los actos de los seres inmortales? Sabemos que los elfos pueden morir y que eso de alguna manera los salva del nihilismo. La muerte ordena los actos de los seres conscientes, los materializa fuera de su pensamiento. En la perplejidad apática ante la consciencia de la inmortalidad (como lo escribió Borges en su versión de los inmortales, hablándonos de los trogloditas) y la inmortalidad lujuriosa de Drácula y los vampiros literarios, o la serenidad apasionada de los inmortales de la película highlander  y la enloquecedora soledad del “homo supreme” Craig Hollis de Marvel comics—a quien le han advertido que él será el último ser vivo de todos los universos posibles y que al desaparecer todo se le revelará el significado de la existencia—vemos los límites de nuestra sensibilidad y lo mucho que necesitamos de la limitación del tiempo para entender el placer como posibilidad. El placer y el dolor existen porque revelan que un día moriremos, la pasión y el sufrimiento no tienen sentido sin la muerte.  Y aun así, Frieren se las arregla para resultarme más cercana a lo que yo considero la verdadera inmortalidad. Pero mi visión de la inmortalidad seguramente es un capricho  infantil que responde a mi forma de perpetuar al infinito mi forma de vivir. Es decir, caprichosamente creo que la inmortalidad es una nostalgia ilimitada, casi una herida incurable, donde recordaremos eternamente todo lo que iremos perdiendo.

    Por eso, de niño, cuando todavía tenía una concepción religiosa del mundo, me aterraba la doctrina cristiana de la inmortalidad del alma. Y pensaba que si lograba ser bueno, casi un santo, tendría el derecho de pedirle un favor a Dios:

    Querido Dios. He cumplido tu voluntad. He sido bueno con un único motivo. Que otros disfruten del bien eterno de tu amor y voluntad, pero lo que yo realmente deseo es no existir.  

 

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