Un libro de música.

 

 


De los tiempos de Efraín Medina con Érase una vez el amor pero tuve que matarlo, Octavio Escobar con De música ligera, Andrés Caicedo con ¡Que viva la música! —el pobre tuvo que morirse para sobrevivir a la decadencia del género— y Andrés Chaparro con Opio en las nubes, el concepto de libro musical (creo) fue una frenético y precoz intento por escribir algo que lograra distanciarse de la larga e interminable sombra del boom latinoamericano. La palabra precoz aquí es deliberadamente malintencionada. Algunos de los libros que menciono envejecieron mal. Es lo natural, la música envejece. Ese es el papel en nuestra vida de consumidores culturales frenéticos. Ahora bien, la literatura en cambio tiene el mal hábito de no envejecer. Gabo se murió senil pero su obra es más fresca que la de todos sus compatriotas que quisieron sepultarlo prematuramente. Ocurre que envejece a lo mejor el lenguaje, envejece la ropa y las fotografías, envejece la pretensión de hipersexualidad de sus protagonistas, pero no el poder de la literatura. La literatura no es una conversación sobre modas y pretensiones, la literatura está varios niveles por encima de lo efímero del mundo. Entonces ¿Qué hace que un libro escrito apenas en 1995 hoy parezca viejo? A lo mejor, que su profundidad estética depende demasiado de una canción que hoy solo significa algo para los que ya tenemos problemas de próstata.  Hay que dejarse seducir por la música, ahogarse un poco incluso en ella, pero no permitir que ella lo justifique todo. La música puede ser una excusa y un lugar de paso pero nunca podemos doblegarnos a su poder. Y aunque la música sea más poderosa que la literatura, hay una diferencia esencial que debe tenerse en cuenta ante cualquier intención de acercarlas o confundirlas. Si la música y la literatura fueran ondas sinusoides, la de la música tendría picos elevados que descienden rápidamente mientras que la literatura es una montaña larga que parece extenderse hasta el infinito. Es fácil que una generación quiera robarle poder a la onda sinusoide más violenta y transferírselo a la otra que parece siempre a punto de morir. Esto podría representarse muy bien con la fábula de la liebre y la tortuga. Los dos lenguajes trabajan de maneras diferentes y es más fácil trasplantar defectos que virtudes. Pero no hay que quedarse en la fórmula sin tocar el fondo. La literatura debe hablar siempre su propio lenguaje pues cuando no lo hace, cuando se imposta, se marchita en un abrir y cerrar de ojos.

No tengo nada que reprocharle a la generación que me precede: ellos deseaban desesperadamente no parecerse a sus padres del mismo modo en que yo ahora me exijo no parecerme a ellos. Esta noble intención —lo sé ya a mi edad— siempre implica un fracaso estrepitoso porque nuestro destino identitario es irrevocable y siempre, lo queramos o no, terminaremos sumidos en los mismos agujeros que ahogaron a nuestros antepasados. He pensado mucho en Octavio Escobar y su cuento De música ligera y también en la forma en que Efraín Medina marcaba en su biografía “Neoyorkino nacido en Cartagena” Durante todo el cuento de Escobar, el protagonista se esfuerza en no escucharse a sí mismo hasta las últimas seis palabras del cuento. Medina por su parte lleva la ficción identitaria al ridículo. Antes de internet idealizábamos al mundo y nos avergonzaba nuestra realidad porque consumíamos relatos idealizados de lo que es ser en otros lugares.  La generación de Escobar y Medina no quería escucharse y tampoco quería verse honestamente porque los embriagaba esa verguenza; hay un patetismo muy especial en no poder encontrarse un lugar en el relato de otro. De todos los pecados posibles, me encantaría al menos evitar ese.

Llevo años deseando escribir un libro sobre música pero no quiero parecerme a los escritores que mencioné al principio de este texto. Ninguno de los libros mencionado es necesariamente malo pero sencillamente hoy no se parecen a lo que a mí me gustaría escribir.  No me avergüenza mi pretenciosa necesidad de eternidad, pues incluso los libros más grandes y necesarios serán olvidados algún día. Eso no significa que deba escribirse para el olvido.

 

Comentarios