Los dos cristianismos.

 Los dos Papas | Foto:Cedoc

 

A puertas—ojalá y no ocurra—del advenimiento de un nuevo sumo pontífice, pensando en algo que ya imaginaba yo que no me competería jamás hasta que llegó el Papa Francisco, leía con perplejidad el odio que profesa buena parte del cristianismo ortodoxo por el que se supone es su intermediario frente a la deidad. ¿Por qué odiar a Francisco? ¿No fue precisamente la voluntad divina la que lo puso dónde está? Hay dos formas de odiarlo; una es mentir para validar el odio y acusarlo de ser el anticristo o el desmantelador de la iglesia, atribuyéndole posturas que nunca defendió o palabras que nunca dijo, consciente en el fondo de que se miente, pero permitiéndole al odio enmascarar la incómoda verdad que ese odio significa. Existen dos cristianismos con unas fronteras ideológicas muy definidas. O en realidad: siendo el cristianismo un fenómeno espiritual, lo rebajamos a una lectura ideológica por capricho. La lectura ideológica sobre un fenómeno religioso es oscuramente consecuente a una época y a una intención del mundo. Supeditamos a Dios para que defienda nuestra conveniencia o nuestro discurso (y es esta la segunda manera de odiarlo, y en mi opinión, la más honesta: aceptar que su posición confronta mi comodidad) lo que no deja ser un acto cínico y arrogante porque en el fondo, sabemos muy bien de que solo existe una doctrina y que tomamos de ella lo que nos conviene. ¿O no es así?  Hace algunas semanas un religioso norteamericano acusó a una sacerdote protestante del pecado de la empatía. Es difícil encontrar en los anales de la historia un cinismo ideológico más evidente porque si algo pretende la religión, casi cualquier religión, es establecer lazos comunitarios entre los individuos. Pero los abusos de discurso no solo pertenecen a la derecha: el cristianismo de izquierda también decide ignorar caprichosamente pasajes bíblicos importantes sobre la aceptación del mundo desde una perspectiva casi estoica. La parábola de los talentos puede ser simbólica o no, dependiendo de quien la lea. En castellano aceptamos el concepto de talento como “dones” que cultivamos en la vida, pero la lectura anglosajona es estrictamente económica. Siempre me ha fascinado Mateo 13:12 por lo lapidario de su razonamiento: “Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.” Desde su lectura económica se levantaron el calvinismo y el luteranismo. En el fondo, una iglesia no es solo una doctrina sino también un modo de vida, una comunidad y una tradición, y los pastores tienden a defender ese modo de vida enmarcándolo como si la comunidad y sus caprichos estuvieran dentro de lo sagrado. Más allá de la praxis está la tensión definitiva entre los principios y la vanidad de las sociedades, pues los grandes errores del cristianismo han girado en torno a esa defensiva posición dogmática no sobre lo que dijo o no dijo Jesús sino sobre el cómo vivir en el mundo. Por eso mismo la tolerancia parece una enemiga y los cristianos del común creen que los valores del cristianismo que decidieron ignorar desde su lectura ideológica atentan contra su comodidad. Pero repito, en el fondo el cristianismo es uno solo. Ricos y pobres están emparados bajo el mismo techo. Es válido por ello (desde mi posición ideológica) también la lectura que interpreta al cristianismo y a toda religión como la protección al status quo, pero sacando del discurso la molesta economía, a lo mejor es en esencia es una forma de enfrentarnos y lidiar con el sufrimiento.


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